En una ocasión anterior, se exploró cuál podría ser la unidad mínima de una red psicopatológica desde una perspectiva conductual. Toda red está compuesta por nodos y aristas, componentes y sus relaciones intensas. La hipótesis planteada consistía en reemplazar el componente ‘síntoma’ con ‘conducta’, ya que este último término se desliga de hacer un juicio a priori sobre un componente, permitiendo una mayor neutralidad. Asimismo, reflexioné sobre este nuevo concepto ‘campo externo’, entendido como todo aquello que está por fuera de la red, aunque no necesariamente fuera del individuo (Borsboom, 2017a). No obstante, como toda hipótesis, requiere ser discutida y revisada. Por ello, este artículo retomaré estas ideas, propondré ciertas correcciones e incluiré algunas nuevas.

Como es bien sabido a estas alturas del proyecto En Medio del Contexto, mi objetivo no es simplemente difundir las investigaciones de la psicología científica, sino también proporcionar nuevas ideas mediante la relación de líneas de investigación que, en mi opinión, podrían dar a lugar un nuevo corpus teórico-práctico. Específicamente, me refiero a la relación entre el nuevo metamodelo psicoterapéutico, Terapia Basada en Procesos (TBP), los hallazgos del nuevo modelo metodológico, Redes Causales Complejas (RCC), y establecer un apoyo filosófico a través del nuevo materialismo de Manuel DeLanda.
Ahora bien, para no perder la costumbre, comenzaré introduciendo la definición de salud mental según Denny Borsboom, seguida del concepto de flexibilidad psicológica propuesto por Steven Hayes. Posteriormente, problematizaré ambos conceptos, identificando puntos en común y diferencias, con el objetivo final de abrir nuevas direcciones de pensamiento. Mi intención será ser lo más técnico y literal posible, al mismo tiempo que explicitaré cuando recurra a metáforas.
Denny Borsboom: salud mental como atractor
El modelo de Redes Causales Complejas contempla dos conceptos clave para entender la psicopatología como red: los síntomas y la forma en que estos se relacionan causalmente entre sí (Borsboom et al., 2011).
Borsboom explica que:
“Los síntomas en sí pueden ser desencadenados por eventos dentro del organismo (por ejemplo, cambios en el desarrollo de las vías de ansiedad que involucran la amígdala como resultado de factores de riesgo genéticos) o por eventos que ocurren en el entorno (por ejemplo, crisis vitales como la pérdida de un cónyuge o el despido laboral). Una vez que se desencadena un síntoma, este aumenta la probabilidad de otros síntomas a los que está causalmente conectado” (p. 82, 2017a).
En otras palabras, los síntomas pueden surgir como resultado de un evento desencadenante, ya sea uno público, como la pérdida de un ser querido, o privado, como factores fisiológicos. Una vez que un síntoma aparece, este puede provocar la aparición de otros síntomas, creando un bucle de retroalimentación positiva. Un ejemplo que ofrecen Cramer y Borsboom (2015) es: “consumo de sustancias → estar en quiebra → robarle a la hermana para comprar sustancias → problemas legales → consumo de sustancias” (p. 11).1 Se podría decir que las consecuencias de ciertas conductas conllevan a preparar a que el ambiente se torne más hostil. De ahí el título de su artículo: ‘los problemas atraen problemas’.
Según Borsboom (2017a), existen tres aspectos relevantes sobre la dinámica de una red en respuesta a factores que se encuentran por fuera del campo externo: (1) el valor del umbral de activación de un síntoma refiere a la probabilidad de que a partir de cierto evento se desencadene un síntoma particular; (2) el nivel de conectividad dentro del sistema usualmente representa la retroalimentación positiva entre los componentes, entendiendo ‘positivo’ por reforzamiento. Sin embargo, no debe olvidarse que también existen relaciones negativas, aquellas que inhiben las relaciones entre síntomas, que podrían entenderse conductualmente ‘negativo’ como castigo; (3) el número y fuerza de los factores externos, es decir, la intensidad de aquellos factores que perturbaron el sistema en primer lugar.
Podría decirse que el mejor cóctel para que emerja una psicopatología requiere tres ingredientes: bajos umbrales de activación, alta conectividad entre síntomas y gran intensidad de los factores externos que perturban el sistema. Primero, una alta sensibilidad en los umbrales puede favorecer el desarrollo de una sintomatología ante perturbaciones externas. Segundo, cuanto mayor sea la conectividad, mayor será la probabilidad de que se desencadene una seguidilla de síntomas, activándose uno tras otro. Por último, la intensidad de los factores externos es directamente proporcional a la influencia que tendrán sobre el sistema; cuanto más intensa sea la perturbación, más afectado estará el sistema, desestabilizándolo.
Borsboom ilustra la siguiente idea:
“Si las interacciones entre síntomas no son muy fuertes (es decir, si la red está débilmente conectada), esta tenderá a exhibir una recuperación espontánea. Es decir, cuando un evento aleatorio perturba la red (por ejemplo, si la pérdida de un ser querido activa algunos síntomas en la red de depresión de una persona), la activación sintomática puede ser intensa, llegando a parecerse a un trastorno e incluso cumplir con los criterios diagnósticos. Sin embargo, la red retornará espontáneamente a su estado estable. En una red débilmente conectada con parámetros realistas, este estado estable corresponde a una situación en la que ningún síntoma está presente de manera sistemática” (p. 85, 2017a).
Todo estado estable de una red es representado como un atractor, un punto de equilibrio al que tiende a largo plazo un sistema en su espacio de posibilidades (DeLanda, 2024). Además, cada atractor posee una cuenca de atracción, la cual puede ser cada vez más grande dependiendo de la conectividad dentro del sistema. Si se reduce la conectividad, la cuenca de atracción disminuye de manera paralela.
En otras palabras, la estabilidad de una red puede entenderse como la propiedad autoorganizante de un sistema que surge a partir de las interacciones causales entre componentes que se refuerzan mutuamente (Scheffer et al., 2024). La resiliencia del sistema depende de la conectividad entre sus componentes, es decir, de su capacidad para resistir cambios que lo desestabilicen. De esta manera, un estado enfermo depende de la fuerte relación entre síntomas, mientras que un estado saludable requiere reducir la conectividad sintomática (Lunansky et al., 2024). Estos conceptos permiten a Borsboom proponer una nueva definición de la salud mental basada en la conectividad, como propiedad intensiva de una red:
“La salud mental es el estado estable de una red de síntomas débilmente conectada. Se caracteriza por una red sintomática resiliente que, ante una perturbación, retorna rápidamente a su estado estable, en el cual los síntomas permanecen inactivos de manera natural. Cabe destacar que esta definición no equipara la salud mental con la mera ausencia de síntomas. Más bien, la asocia con el estado atractor de una red compleja, lo que implica la ausencia de síntomas (salvo variaciones aleatorias), pero no es idéntico a ella. Esto se debe a que la implicación no es bidireccional: los síntomas pueden estar ausentes incluso cuando el sistema no es saludable. [Asimismo, por el contrario, los síntomas pueden estar presentes incluso cuando el sistema es saludable]” (Borsboom, p. 85, 2017a).

A simple vista, parece irrelevante suponer la salud mental o la psicopatología como estados alternativos de un sistema, es decir, como dos posibles atractores en el espacio de posibilidades. Sin embargo, esta nueva definición ofrece una observación interesante al sugerir que la presencia de síntomas (sintomatología elevada) no implica necesariamente un estado patológico, y viceversa. La ausencia de síntomas no representa linealmente un estado saludable, ya que podría considerarse un sistema vulnerable ante cualquier perturbación, por más débil que sea (Borsboom, 2017b).
Esta valiosa distinción podría homologarse a la separación que realiza DeLanda (2024) entre las capacidades y las tendencias de un sistema. Permítanme ofrecerles la siguiente metáfora: imaginen estar en un río, empujados hacia atrás, pero ustedes insisten en avanzar contra corriente. Aunque exista una tendencia que los atrae hacia un punto específico, como una corriente de agua, uno puede ejercer la capacidad de ir en sentido contrario. Ahora bien, idealmente, se intervendría sobre el río de manera que su dirección sea modificada, en lugar de gastar innecesariamente tanta energía intentando nadar contra corriente.
Años más tarde, Lunansky et al. (2024) retomaron esta definición, junto con su cuadro representativo, para proponer una nueva forma de interpretar la definición que brinda Borsboom: el cuadrante de resiliencia. Sí, el nombre es rarísimo, pero veamos en qué varía.

En la definición anterior de Borsboom (2017a), se hizo hincapié en la conectividad entre síntomas como una propiedad determinante de la salud mental. Por un lado, si la conectividad es débil, por más intensa que sea la perturbación, el sistema técnicamente sigue siendo de estado saludable; lo único que varía es su estabilidad. Lo mismo ocurre en sentido contrario: si la conectividad es fuerte, por más que la perturbación sea fuerte o débil, el sistema sigue perteneciendo al estado patológico; nuevamente, lo que varía es su estabilidad.
Por esta razón, apoyándose en Bonanno (2004), los autores sugieren considerar cuatro tipos de trayectorias del sistema: resiliencia, recuperación, aparición tardía y cronicidad. Estas trayectorias se caracterizan por encontrarse en algún punto entre el eje de estabilidad y el eje de estado.
Lunansky et al. (2024) explican lo siguiente:
“El cuadrante [de resiliencia] organiza las redes según dos dimensiones: el estado proyectado de la red (eje-estado) y la estabilidad de ese estado (eje-estabilidad). El eje-estado indica si se espera que el sistema se encuentre en un estado saludable o [patológico], en función de la arquitectura de la red. En otras palabras, refleja cuántos síntomas se esperan según la arquitectura de la red, la cual se simula a partir del nivel actual de síntomas reportados en condiciones normales. Por otro lado, el eje-estabilidad señala cuán susceptible es el estado proyectado a cambiar frente a factores estresantes o intervenciones, denominadas perturbaciones” (p. 3).
Personalmente, un detalle que corregiría del último cuadro presentado es que la ‘aparición tardía’ (delayed) debería ubicarse en el espectro de la patología, ya que, aunque no se presenten síntomas inmediatos, en realidad se trata de un sistema vulnerable. De manera similar, la ‘recuperación’ (recovery) debería encontrarse en el espectro de lo saludable, ya que implica un incremento temporal de síntomas, que eventualmente disminuyen, lo que refleja un retorno al estado saludable.

En este cuadro, gentilizado por Bonanno (2004), se resalta el punto anterior de que ambos estados inestables están invertidos en su categoría. Por un lado, la recuperación se encuentra en el estado saludable y, por otro, la aparición tardía en el estado patológico o disfuncional. Sin embargo, esto es un detalle menor.
La principal diferencia entre la definición y el cuadro de Borsboom (2017b) y el de Lunansky et al. (2024) radica en que el segundo pone el foco principalmente en el papel de los atractores y, por supuesto, en la resiliencia. Esto podría deberse a que, independientemente de la intensidad de la perturbación, ya sea débil o fuerte, el estado no necesariamente varía; lo que sí cambia es su estabilidad. Además, es importante señalar que, aunque la resiliencia se asocia principalmente con el estado saludable, esto no implica que el estado crónico/patológico no pueda ser resiliente. Los autores eligen sostener el uso popular de la palabra “resiliencia” como algo positivo/saludable, pero esto no significa que un estado patológico no exhiba resiliencia.2
A modo de resumen, integrando las definiciones de los autores mencionados: la salud mental se caracteriza por una conectividad débil entre síntomas, lo que indica que el sistema se encuentra en un estado saludable, con cierta independencia de la intensidad de las perturbaciones. Esto permite entender que, aunque puede haber un aumento de síntomas, estos podrían desaparecer con el tiempo, restaurando explícitamente el estado saludable. La relación entre los componentes del sistema está influenciada por el atractor al que este se ve sometido. En contraste, un trastorno se define por una fuerte conectividad entre los síntomas, lo que le otorga una característica resiliente similar a la del estado saludable. Es posible que no haya presencia de síntomas, pero esto no descarta que el sistema siga perteneciendo a un estado patológico. En otras palabras, un sistema vulnerable representa un estado patológico.
Una vez que se ha comprendido de manera completa el concepto de salud mental desde la perspectiva del modelo de Redes Causales Complejas, veamos lo que ofrece el modelo psicopatológico de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT).
Steve Hayes: flexibilidad psicológica
Antes de abordar la definición de flexibilidad psicológica, es necesario tener en cuenta que, según Hayes et al. (2015), existen dos perspectivas a la hora de relacionarnos con el sufrimiento: normalidad saludable y normalidad destructiva.
El primer concepto, normalidad saludable, se refiere a la concepción comúnmente aceptada de la salud, en la que se supone que el ser humano está destinado a experimentar un estado homeostático ideal. En términos más sencillos, se entiende que somos inherentemente felices. Por lo tanto, cualquier patología se ve como un producto de procesos anómalos, mecanismos que no están funcionando correctamente. Según esta visión de la salud, todo malestar se considera algo que debe ser eliminado, ya que interfiere con la felicidad inherente del individuo.
El segundo concepto, normalidad destructiva, sostiene que el sufrimiento humano surge de procesos psicológicos que son normales, en especial aquellos basados en el lenguaje. Sin embargo, no se debe suponer que los procesos anormales no existen, como explican los autores: «el dicho de que “el buen médico trata la enfermedad; el excelente, trata al paciente que tiene la enfermedad” es una doctrina sensata. La observación anterior no significa que los procesos anormales no existan. Desde luego que existen» (Hayes et al., 2015, p. 27). En resumen, la normalidad destructiva plantea que los problemas o conductas disfuncionales surgen de procesos psicológicos que son, en su mayoría, normales y, en algunos casos, hasta útiles.
Ahora bien, vayamos a la flexibilidad psicológica. Primero que nada, es importante reconocer que este concepto es algo resbaladizo, con tantas definiciones como sabores de helados (Cherry et al., 2011). Sin embargo, para fines prácticos, presentaré una de las primeras definiciones hechas por Hayes, junto con una definición de mi preferencia.
Flexibilidad psicológica según Hayes et al. (2006):
“La capacidad de conectar plenamente con el momento presente como un ser humano consciente, y de cambiar o mantener una conducta cuando ello está al servicio de nuestros valores” (p. 7).
La definición que más me gusta:
“Reconocer y adaptarse a diversas demandas situacionales; cambiar de mentalidad o repertorios conductuales cuando estas estrategias comprometen el funcionamiento personal o social; mantener un equilibrio entre las áreas importantes de la vida; y ser consciente, abierto y comprometido con conductas que sean coherentes con valores profundamente arraigados” (Kashdan y Rottenberg, 2010, p. 1).
Cualquier definición de flexibilidad psicológica, que se presente, es conceptualizada como una habilidad o conducta. Pero, entonces, ¿qué entendemos por habilidad? Permítanme definirlo a partir de la Terapia Dialéctica Conductual (DBT):
“En DBT, el término habilidad es sinónimo de capacidad e incluye en un sentido amplio habilidades cognitivas, emocionales y conductas manifiestas, así como la integración de estas, lo que es necesario para un desempeño efectivo. Casi cualquier conducta puede ser entendida como una habilidad. Por lo tanto, saber utilizar las habilidades significa responder de manera efectiva a los problemas y evitar conductas desadaptativas. El objetivo de la DBT es reemplazar las conductas ineficaces, desadaptativas y poco habilidosas por sus contrarios” (Linehan, 1993, citado por Boggiano y Gagliesi, 2018, p. 262).
Siguiendo con el concepto de flexibilidad psicológica, esta está compuesta por diversos procesos: aceptación, defusión cognitiva, yo-como-contexto, atención al momento presente, clarificación de valores y acción comprometida (Gloster & Karekla, 2023). Sin embargo, la definición que dimos de ‘habilidad’ parece corresponder más a los componentes de la flexibilidad psicológica que al concepto mismo. Es decir, los componentes que definen la flexibilidad psicológica son habilidades, pero entonces, ¿qué representa este concepto en sí? Porque si uno decide ser flexible, emplearía varias de estas conductas, pero no necesariamente la conducta de ‘flexibilizar psicológicamente’. En resumen, la flexibilidad psicológica pareciera no ser una habilidad acorde a la definición brindada, pero sí sus componentes representan ser habilidades. Sé que esto puede parecer un detalle menor, pero es mucho más que eso. Créanme.
Si bien este aspecto no aparece en muchas definiciones de flexibilidad psicológica, en todo el libro de Hayes et al. (2015), el concepto es tratado como un repertorio conductual. No obstante, antes de abordar la flexibilidad psicológica como un repertorio conductual, definamos este último concepto.
Catania (2013) nos ofrece esta bellísima definición:
“Repertorio: el comportamiento que un organismo puede emitir, en el sentido de que existe en un nivel distinto de cero, ha sido moldeado o, si ha sido extinguido, puede reinstalarse rápidamente. No es necesario que el organismo emita el comportamiento para que este forme parte de su repertorio; por ejemplo, una rata que ha aprendido un laberinto tiene la conducta de recorrerlo en su repertorio, incluso cuando no se encuentra en el laberinto. En la medida en que algunas respuestas sean más probables que otras, un repertorio consiste en una jerarquía; los procedimientos operantes modifican las posiciones relativas de las respuestas dentro de esa jerarquía” (p. 461).
Podríamos decir que la flexibilidad psicológica, entendido como un repertorio conductual, representa que las habilidades (o conductas) previamente mencionadas sean más probables en ser emitidas o ejecutadas por el individuo en relación con su entorno cotidiano. La jerarquía mencionada por Catania hace referencia a la distribución de probabilidades entre las conductas posibles del organismo. La jerarquía es probabilística.
Esto último dicho se aprecia mejor teniendo en cuenta la siguiente explicación:
“Este enfoque apoya una variabilidad saludable y flexibilidad conductual –la historia del yo es, inherentemente, más rígida de lo que necesitaría ser nuestro repertorio–. Desde un punto de vista evolutivo, los repertorios se desarrollan favoreciendo la variación y, luego, manteniendo selectivamente aquellos que conduzcan hacia patrones que resulten útiles. La ACT ayuda a que esto ocurra permitiendo que los patrones de conducta se desarrollen en una dirección positiva basada en la vida misma” (Hayes et al., 2015, p. 267).
La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) se enfoca en aumentar la probabilidad de aquellas habilidades que promuevan la variabilidad tanto en el comportamiento como en el ambiente con el que interactúa el individuo. Las habilidades que componen la flexibilidad psicológica son flexibles debido al efecto que tienen sobre el repertorio conductual, ya que impactan la jerarquía de las posibles conductas que el individuo puede emplear en su cotidianidad. La idea clave que quiero transmitir es la siguiente: la cualidad de las conductas no está definida a priori, sino por el efecto que tienen sobre el repertorio. Por lo tanto, no existen conductas adaptativas o desadaptativas de manera inherente. Sin embargo, este punto lo retomaré más adelante.
Flexibilidad psicológica como una red causal
En los últimos años, el modelo ACT, junto con su concepción sobre la salud, ha tenido un gran impacto en la investigación de la psicoterapia (Kashdan y Rottenberg, 2010; Cherry et al., 2021). Asimismo, el modelo metodológico de Borsboom, Redes Causales Complejas, continúa expandiéndose mediante la revisión de conceptos (Lunansky et al., 2024) y la exploración de su literatura hasta la fecha (Robinaugh et al., 2020). ¿No sería interesante que ambos mundos se integraran? No esperen más, porque ha llegado el equipo de Christodoulou.
Los autores de la ACT sostienen que los seis componentes de la flexibilidad psicológica están interconectados, es decir, no son habilidades aisladas, sino que se influyen mutuamente (Hayes et al., 2015). Para Christodoulou et al. (2019), esto resulta particularmente llamativo, ya que el modelo de Borsboom parte de la premisa de que existen componentes que se relacionan causalmente, formando así un sistema complejo. Antes de continuar, les propongo las siguientes preguntas: ¿existe la flexibilidad psicológica? Si es así, ¿de qué manera existe? ¿Es una entidad oculta que afecta las conductas observadas, un simple concepto que nos sirve metodológicamente o una entidad emergente que surge de la retroalimentación entre elementos?
Repasemos brevemente las tres tesis principales: (1) El modelo latente sostiene que las entidades que estudiamos son reales y existen más allá de nuestras herramientas analíticas. Según este modelo, los fenómenos que observamos son afectados por estas entidades, lo que implica que existen relaciones independientes entre las variables observables, que dependen completamente de lo que está oculto. (2) El modelo constructivista social afirma que la variable que decimos medir en realidad no existe fuera de nosotros como comunidad verbal. Esa entidad es una construcción social, un artefacto creado para nuestros fines investigativos e intelectuales. (3) No existe tal cosa como una entidad latente ni como una construcción social; lo que existen son elementos que, en su interacción múltiple a largo plazo, forman una estabilidad, lo que denominamos: propiedad auto-organizante. Se considera que estos elementos, al influirse mutuamente, crean una consistencia interna y, por lo tanto, sus elementos por sí solos no poseen las capacidades ni propiedades que posee el conjunto (Kendler et al., 2011).
Ahora, repasemos brevemente el concepto de proceso. Se trata de una secuencia causal no lineal, es decir, dinámica, cuyo objetivo es el cambio terapéutico. Esta secuencia permite la predicción y está empíricamente comprobada (Hofmann y Hayes, 2019). Lo que distingue un proceso adaptativo de uno desadaptativo es su característica progresiva, es decir, que permita alcanzar el objetivo establecido terapéuticamente. Además, cabe señalar que Hayes designa a cada componente de la flexibilidad psicológica como un proceso (Hayes et al., 2013).
Retomemos la investigación de Christodoulou et al. (2019), quienes encontraron que es factible estudiar los procesos de la flexibilidad psicológica como componentes de una red compleja. Es decir, la investigación que llevaron a cabo nos permite pensar la flexibilidad psicológica más allá de una mera herramienta analítica, otorgándole un sentido real al concebirla como un sistema complejo. De hecho, esto podría implicar que el análisis de redes de Borsboom pueda ser considerado un análisis funcional del repertorio conductual de un individuo interactuando con su contexto cotidiano. O, al menos, un análisis morfológico del repertorio conductual.
Permítanme plantear la secuencia de mi exploración (quizá delirante) hasta el momento de la RCC y los fundamentos del análisis funcional. Los conceptos clave de Borsboom son el síntoma y la relación causal entre síntomas (Borsboom, 2017a). Más adelante, Hofmann et al. (2016) sugieren que el término síntoma debería ser reemplazado por un concepto más neutro, proponiendo hablar de ‘elemento’. Al mismo tiempo, años más tarde, se especula que la RCC es ‘la nueva forma de análisis funcional’ (Hofmann et al., 2020, p. 19). Sin embargo, además de que la palabra ‘elemento’ no aporta claridad, Borsboom (2017b) afirma que la red está basada en una relación síntoma-síntoma, lo cual podría homologarse con la relación conducta-conducta, pero sabemos que esta última es insuficiente e incompleta como análisis explicativo (Hayes y Brownstein, 1986).
Desde mi elaboración personal, la manera en que encontré de neutralizar conductualmente el componente síntoma fue hablar de conducta. Esto me llevó al siguiente interrogante: si efectivamente la relación síntoma-síntoma se homologa con la relación conducta-conducta, entonces, ¿por qué Steven Hayes, el mismísimo autor del paper de 1986, afirma que el análisis en redes se trata de un análisis funcional, cuando posiblemente sea más bien topográfico? Parece un callejón sin salida. Y por si esto no fuera suficiente, surge otra pregunta: si la RCC se trata de un análisis topográfico, pero no alcanza a ser uno funcional, ¿De qué entidad implica exactamente este análisis morfológico? Es decir, si no se trata de un análisis tradicional topográfico de una conducta molecular, ¿de qué es?
A partir de este punto, supuse que, si la unidad mínima es la conducta, y si una red es un conjunto de conductas a largo plazo, entonces se trataría efectivamente de una conducta molar, es decir, un patrón de conductas moleculares sostenidas en el tiempo (Baum, 1995). Entonces, dado que Borsboom trabaja con registros de datos acumulados durante un largo período de tiempo, podría decirse que la RCC se trata de un análisis topográfico de conductas molares. Hasta este momento, me encontraba rumiando felizmente esa gloria intelectual, convencido de lo que había descubierto y ansioso por publicarlo. Pero, claro, era solo una hipótesis, lo que implica que uno debe hablar con otros colegas para contrastar ideas.3
El problema con suponer que las redes representan conductas molares es que las conductas molares, como los hábitos, siguen las mismas contingencias y pueden no variar en sus antecedentes y consecuentes. Definitivamente, esto no ocurre en las redes de Borsboom. Este argumento hizo que lo que venía construyendo se desmoronara, hasta que descubrí a Christodoulou, quien plantea el estudio de la flexibilidad psicológica desde el análisis de redes causales. Esto me llevó a formular la segunda hipótesis: si las redes no alcanzan a ser un análisis funcional, podríamos decir que representan el análisis morfológico de un repertorio conductual. Sin embargo, ahora surgen nuevas preguntas: ¿por qué se llama a la RCC el nuevo análisis funcional? ¿Esto afecta la definición de proceso?
Si quitamos la característica progresiva, antes definimos proceso como una secuencia causal no lineal que tiene sustento empírico y que permite la predicción. Al ser una secuencia, intervienen más de un componente; todo proceso es un compuesto, no un simple mecanismo causal. Ahora bien, está claro que una relación entre conductas no es suficiente para constituir un análisis funcional. Una secuencia funcional debe comenzar y terminar en el ambiente. Las relaciones conducta-conducta existen, pero, eventualmente, impactan sobre el entorno donde interactúa el organismo (Hayes y Brownstein, 1986).
Todo análisis funcional representa una secuencia de conducta, junto con sus antecedentes y consecuentes (González-Terrazas y Colombo, 2023). Además, lo más cercano que tenemos a un análisis de redes aplicado a procesos es el Meta-Modelo Extendido Evolutivo (MMEE) de Hayes et al. (2020), donde sus nodos representan procesos. De hecho, recientemente, los autores se tomaron la molestia de homologar los procesos del MMEE con aquellos pertenecientes al modelo ACT (Ong et al., 2024).
Entonces, si la interacción de los procesos de ACT conforma la flexibilidad psicológica (Hayes et al., 2015) y lo entendemos como un sistema complejo (Christodoulou et al., 2019), se puede inferir que el análisis morfológico propuesto por el MMEE no es el de una conducta molecular simple, sino el de un repertorio conductual. La manera en que se podría operacionalizar un proceso, como secuencia causal, sería expandiendo la unidad mínima propuesta como nodo: la conducta. Es decir, incluir los antecedentes y los consecuentes. Sin embargo, dado que toda red está conformada por una retroalimentación positiva en bucle (Borsboom, 2017b) y que un consecuente puede ser el antecedente para la siguiente conducta, se podría reformular el concepto de proceso. En este caso, un nodo en una red sería una secuencia de consecuente-conducta-consecuente.4 Cabe mencionar que un consecuente puede ser tanto público como privado, lo que satisface tanto las relaciones conducta-ambiente como las relaciones conducta-conducta.

Ahora que los nodos están mejor definidos (proceso = consecuente-conducta-consecuente), es posible establecer, con mayor criterio, las relaciones dentro de una red, en lugar de hacerlo de manera arbitraria. Las relaciones deben fundamentarse en los análisis funcionales de conductas moleculares acumulados a lo largo de un extenso periodo de tiempo. Conectar los nodos, entendidos como procesos, puede ser por contigüidad o por similitud entre un consecuente y un antecedente. Por ejemplo, una relación por contigüidad, una secuencia podría comenzar con reflexionar sobre los valores personales, seguida de una respuesta comprometida hacia dichos valores. En cuanto a una relación por similitud entre consecuentes y antecedentes, esto es análogo a lo que ocurre en un análisis en cadena, aunque con la diferencia de que la cadena no necesariamente debe estar inscrita en una contigüidad temporal, dígase, no compartir la misma situación ni el mismo tiempo. Esta última diferencia surge porque el objetivo principal es representar un repertorio conductual interactuando con su contexto cotidiano. Finalmente, la intensidad de cada arista puede determinarse a partir de cuántas coincidencias se encuentren entre distintos análisis funcionales de conductas moleculares, lo que reflejaría una mayor probabilidad de ocurrencia.
Una vez que introducimos la noción de flexibilidad psicológica como un repertorio conductual, y la entendemos a su vez como un sistema complejo, podemos trazar un puente entre las concepciones de salud mental de Borsboom y Hayes, con la investigación de Christodoulou como el nexo que une ambos enfoques.
Idea 1: flexibilidad psicológica como grupo de propiedades homeostáticas
En primer lugar, la perspectiva de Hayes sobre el sufrimiento sostiene que existen dos concepciones: la “normalidad saludable”, que considera la salud como el único estado homeostático, y la “normalidad destructiva”, que reconoce la posibilidad de que procesos normales conlleven al sufrimiento del individuo. Se podría argumentar que Borsboom se alinea con la primera concepción, pero esto no es del todo cierto. Aunque utiliza explícitamente el concepto de ‘estado homeostático’, Borsboom se refiere tanto a la enfermedad como a la salud como posibles estabilizaciones dentro de un sistema complejo. Esto implica que ambos estados forman parte de nuestro espacio de posibilidades, en lugar de suponer que el estado saludable es el único o jerarquizarlos, considerando al saludable como el estado homeostático por excelencia.
Sin embargo, una crítica contundente al modelo de Redes Causales Complejas (RCC) es que parte de la premisa de que existen síntomas, un concepto que conlleva a un juicio patologizante desde el inicio.
Una pausa para hablar sobre el síntoma como concepto
Antes de continuar (¿cuántas veces voy a interrumpir el diálogo?), quiero abordar el elefante en la habitación: los síntomas. Soy consciente de que este término genera incomodidad en muchos conductistas, pero seamos sinceros: a menudo se utilizan términos como “conductas problemáticas” (González-Terrazas y Colombo, 2023) o “procesos desadaptativos” (Hayes et al., 2022) sin necesidad de profundizar demasiado. Estos términos apuntan a lo mismo, es decir, a componentes que no son deseables, más allá de cómo se les nombre verbalmente.
Tradicionalmente, la noción de síntoma se refiere a un elemento que es problemático, debido a la influencia de una entidad latente, ya sea una enfermedad del cuerpo o un trastorno mental. Los autores principales de este nuevo modelo metodológico no pertenecen a la clínica, además de que dialogan continuamente con pensadores ligados a la psiquiatría, como Kenneth S. Kendler.
Esto se vuelve comprensible que utilicen los síntomas como unidad teórica mínima. Dada la historia de autores y posiciones entrecruzadas es entendible que hoy en día el modelo de la RCC conserve la idea de que existen síntomas. Es comprensible, más no consistente con la propuesta. Esto es debido a que Borsboom et al. (2003) sugieren rechazar la teoría de la causa común; no existe tal cosa como una entidad latente que causa las variables. Entonces, ¿Cómo podemos entender un síntoma sin una entidad latente? ¿Qué hace que un elemento de una red sea denominado como síntoma? ¿En base a qué afirmamos que X es un síntoma?
En respuesta a la última pregunta, los autores sugieren que los términos de psicología popular, aquellas nociones cotidianas compartidas por las personas sobre los fenómenos psicológicos, reflejan características de la realidad (Kalis y Borsboom, 2020).
Podría decirse que la RCC se compromete a que las variables llamadas síntomas por parte de manuales diagnósticos son reales, y estos reflejan características que existen en la realidad (Borsboom et al., 2011). Esto es completamente criticable, no voy a engañarlos, ya que se sostiene de una postura correspondista sobre la verdad, pero no es el punto que quiero tocar en esta ocasión. Esta respuesta responde a ¿En base a qué se afirma que X es un síntoma?”, pero no a “¿Cómo un nodo deviene en síntoma?”
La cualidad de una conducta debe definirse por el efecto que tiene sobre el repertorio conductual, es decir, establecer si esa conducta aumenta o disminuye las posibilidades que tiene el individuo de comportarse en su ambiente. Aunque, por supuesto, un objeto material también puede aumentar o disminuir las capacidades del individuo. Por ejemplo, la definición de Catania (2013) nos dice que la conducta de atravesar un laberinto persiste incluso cuando el laberinto ya no está presente, pero está claro que la conducta de “atravesar un laberinto” no puede ejecutarse sin un laberinto. Lo mismo ocurre con la conducta de cocinar: existe como conducta aprendida, pero si no tenemos los materiales necesarios, la posibilidad de llevarla a cabo se ve limitada. Tanto el ambiente como las conductas mismas pueden influir en un repertorio conductual, ya sea para favoreciéndolo o empeorándolo.
Para responder cómo un nodo deviene en síntoma observen esta secuencia entre síntomas que se relacionan causalmente: “consumo de sustancias → estar en quiebra → robarle a la hermana para comprar sustancias → problemas legales → consumo de sustancias” (Cramer y Borsboom, 2015, p. 11).
Algunas de estas son conductas (como el consumo de sustancias o robarle a la hermana), mientras que otras son consecuentes públicos (como estar en quiebra y los problemas legales) y, además, podemos suponer que existen consecuentes privados, como el sentimiento de culpa. Este último lo incluyo porque el uso de consecuentes privados es recurrente, como se muestra en esta secuencia: “Insomnio → fatiga → problemas de concentración → estado de ánimo deprimido → autorreproches” (Cramer et al., 2016, p. 2). Ambas secuencias incluyen eventos y conductas que disminuyen las posibilidades del individuo de interactuar con su contexto.
Antes de continuar con la noción de síntoma, tengo que admitir que esto me lleva a cuestionar mi idea inicial sobre el campo externo (Para más detalle). Es decir, si la RCC solo se enfoca en la topología de la relación entre conductas, resolver esta problemática requeriría que el campo externo desempeñara el rol de representar los antecedentes y consecuentes. Sin embargo, dado que ahora hemos propuesto que un proceso representa una secuencia consecuente-conducta-consecuente, necesitamos replantear el papel del campo externo. En este contexto, sería más apropiado considerarlo como las variables disposicionales, es decir, “aquellas que afectan o hacen más o menos probable la ocurrencia de la interacción” (Froxán Parga, 2020, p. 43). De esta manera, se mantendría la definición de Borsboom (2017b), quien sostiene que el campo externo no necesariamente se refiere a lo que está fuera del organismo, sino fuera de la red. Esto se debe a que las variables disposicionales incluyen tanto elementos como vivir en una sociedad con valores conservadores como la historia de aprendizaje de cada individuo (Froxán, 2020). Así, se hace más claro por qué el análisis de redes en el Meta-Modelo Extendido Evolutivo (MMEE), según sus autores, se presenta como una nueva forma de análisis funcional, aunque nunca se utilice el concepto de campo externo (Hayes et al., 2020).
Volviendo al concepto de síntoma, dentro de la secuencia mencionada, y desde una perspectiva conductual, se encuentran tanto conductas como consecuentes de una conducta. Cada uno de estos reduce las posibles conductas que puede ejecutar el individuo. Bajo el punto de vista de la RCC, estos elementos, indiscriminadamente, son síntomas. Pero, ¿por qué están en una misma bolsa? ¿por qué son equivalentes categorialmente?
En filosofía, existe un autor cuyas ideas se alinean con muchas de las que venimos discutiendo. Según cierto autor, no existen elementos con cualidades intrínsecas, sino que estas dependen de los efectos que producen en el individuo. Este autor es Baruch Spinoza, quien desarrolló el concepto de potencia, y a decir verdad lo relaciono mucho con la idea de repertorio conductual. Esto ocurre porque para Spinoza, la potencia tiene que ver con la posibilidad de actuar. Él explica que los afectos son todas aquellas “afecciones del cuerpo, por las cuales aumenta o disminuye, es favorecida o perjudicada, la potencia de obrar de ese mismo cuerpo […]” (Spinoza, EIIId3). Podría decirse que los elementos mencionados, las conductas y consecuentes, pueden afectarnos. Tal como se ve en la secuencia de síntomas.
Ahora bien, recordemos que un repertorio es el conjunto de conductas aprendidas a lo largo de la historia de un organismo. Cada conducta posee una probabilidad de que ocurra. Esta jerarquía probabilística entre conductas es en función de las variables ambientales disponibles que se encuentren alrededor del individuo (Catania, 2013).
En síntesis, podemos entender el repertorio, en tanto potencia, como el conjunto de posibilidades de obrar del individuo al enfrentarse con una parte del mundo que lo rodea.
El propósito de juntar estos dos conceptos es definir cualquier cualidad de un elemento a partir del efecto que tiene sobre el repertorio. En este sentido, un nodo deviene en síntoma cuando reduce las conductas que puede ejecutar el organismo en un ambiente, disminuyendo su potencia. En cambio, al aumentar la cantidad de posibles conductas, mayor es su potencia. Si un repertorio es homogéneo, podría decirse que se trata de una inflexibilidad psicológica. En el caso contrario, una flexibilidad psicológica es un repertorio heterogéneo, una multiplicidad de opciones las cuales el individuo puede actuar sobre el ambiente.
Quizás la anterior cita pudo ser un chino para algunas personas, así que añadiré otro autor, un gran lector de Spinoza, para ilustrar la idea:
“[E]n líneas generales ven lo que quiere decir «bueno». Es malo aquello cuya relación descompone lo más directamente posible una de mis relaciones. Es bueno aquello cuya relación compone lo más directamente posible, bastante directamente, con una de mis relaciones. Esta es la diferencia entre el alimento y un veneno (Deleuze, 1980/2019, p. 153).
Por si no quedó claro aún, DeLanda es un excelente intérprete de Deleuze, aunque nunca formalizó sus ideas sobre cómo su ontología deleuziana podría contribuir a la ética. Afortunadamente, tenemos estas palabras:
«Recordemos que cuando se trata de ética, Deleuze se inscribe en la perspectiva spinoziana distinguiendo moralidad de ética. […] La moralidad se trata de generalidades: el Bien y el Mal; Dios y el Diablo; Luke y Darth Vader. Pero eso es pensamiento barato. Spinoza nos dio algo nuevo, él dijo: “olviden el bien y el mal, pensemos en mezclas, combinaciones de cuerpos, ya sea tomar vino o tocar un instrumento”. […] ¿Esa combinación aumenta tus capacidades de afectar y ser afectado? ¿Aumenta tu capacidad de que te diferencies de vos mismo? ¿O disminuye tus capacidades? Si las disminuye, es malo. Si lo aumenta, es bueno. […] No se trata de dos esencias, tampoco es una relación de oposición, es un asunto de intensidades que sobrepasan un punto crítico, sobrepasarlo puede ser malo o bueno. Por ejemplo, ante una puesta de sol, hay personas que no les representa nada, no se ven afectados por ella. Esto es una pérdida, una pérdida ética, porque implica que la capacidad de disfrutar la vida ha sido disminuida» (DeLanda, 2006).
En esta línea, así como no existen síntomas a priori, tampoco existen conductas flexibles a priori. Aquí, “a priori” remite a una concepción prescriptiva, donde ciertas formas de conducta se consideran deseables de antemano, sin atender al contexto ni al efecto que producen. Una persona puede mostrarse rígida en su adhesión a valores, descontextualizada en su actuar, o bien quedar fijada al presente con una falta de especulación al futuro. Aunque estos ejemplos resulten exagerados, ilustran el punto: no puede darse por supuesta la cualidad de una conducta a partir de su topografía o su semejanza con procesos presuntamente flexibles. Bajo esta noción de síntoma, lo relevante no es si una conducta parece flexible o inflexible, sino si amplía o restringe el repertorio conductual. Tal como ocurre con la identificación de reforzadores, es a partir de una lista universal, sino prestando atención al efecto que tienen sobre la conducta.
En conclusión, términos como “síntoma”, “conducta problemática” o “proceso desadaptativo” deben considerarse dentro de esta misma línea. Son conceptos equivalentes que remiten a la misma tesis central. El conductismo no da por hecho que una conducta sea intrínsecamente desadaptativa; más bien, la evalúa en función de su contingencia. Metafóricamente, el conductismo se enfoca en el devenir-síntoma: la manera en que las conductas se vuelven problemáticas, pero sin asumir que son intrínsecamente problemáticas.
Los modelos terapéuticos como ACT o DBT se enfocan en ampliar el repertorio conductual del consultante, ya sea mediante el aprendizaje de nuevas conductas o el reforzamiento de conductas previamente aprendidas, pero aún poco exploradas. Podría decirse que, como terapeutas, buscamos incrementar el potencial del consultante: poder conectarse de nuevas maneras con el mundo que lo rodea. Experimentar la vida con intensidad y apertura.
Una vida que no se conmueve ante una puesta de sol, que no es capaz de tactar la presencia de una amistad, es una vida que ha perdido algo. Una potencia disminuida; una pérdida ética.
Fin de la pausa. Volvemos: flexibilidad psicológica, una red causal compleja
Anteriormente, discutíamos que a Borsboom se le podría criticar por suponer que el sufrimiento es un estado anormal del ser humano. Sin embargo, sabemos que tanto el estado enfermo como el sano son posibles estados de equilibrio que, como sistema complejo, podemos alcanzar. Además, recordemos que en su definición de estabilidad, se basa en la conectividad, entendida como la probabilidad de ocurrencia de los síntomas. Si existe una fuerte conectividad entre síntomas, se trata de un estado patológico; en cambio, si la conectividad es débil, estamos ante un estado saludable.
Si hacemos una equivalencia de términos, podría decirse que la inflexibilidad psicológica se debe a una fuerte conectividad entre procesos desadaptativos/inflexibles, lo que lo convierte en patológico. Por el contrario, una débil conectividad entre procesos desadaptativos indicaría un estado saludable.
Sin embargo, los analistas funcionales podrían replicar lo siguiente: no se trata solo de disminuir la conducta problemática, sino también de aumentar la conducta deseada (González-Terrazas y Colombo, 2023). En este caso, se trataría de una población de conductas, algunas favorables y otras no.5 Aun así, la idea central sigue siendo la misma. Dicho esto, Borsboom podría argumentar que la aparición de procesos desadaptativos no necesariamente constituye un estado patológico, del mismo modo que la ausencia de estos no implica un estado saludable. Esto es porque el repertorio conductual sigue siendo influenciado por un atractor que determina su tendencia a largo plazo como sistema.
Asumir que la flexibilidad psicológica sea real, entendiéndola como un repertorio conductual y, al mismo tiempo, como un sistema complejo, implica que la flexibilidad puede ser homologada con la idea de un estado saludable, mientras que la inflexibilidad se asocia con el estado patológico. Cabe señalar que no existe el concepto de “desaprender conductas”; todos los procesos desadaptativos seguirán estando presentes en el repertorio conductual, tal como lo destacó Catania (2013). La diferencia radica en la probabilidad y disponibilidad de las conductas, tanto desadaptativas como adaptativas, para interactuar con el contexto cotidiano. Por eso, técnicamente, el conjunto de conductas que involucra la flexibilidad y la inflexibilidad psicológica permanece en el repertorio conductual, aunque el estado cualitativamente cambie. El punto clave radica en la conectividad que existe entre ellas. Esto se puede ilustrar con la red propuesta por Christodoulou et al. (2023), quienes combinan tanto los procesos flexibles como los inflexibles, representándolos dentro de un mismo sistema interconectado.

Cabe destacar que, curiosamente, esta perspectiva nos invita a pensar que todas nuestras conductas están causalmente relacionadas. Recordemos que Borsboom propone retomar la idea de causalidad (Markus y Borsboom, 2013). Esta siguiente idea podría resultar escandalosa para un analista funcional: si las redes causales complejas constituyen una reivindicación de la noción de causalidad, recuperándola desde una perspectiva no lineal, y, según autores como Hofmann et al. (2020), estas redes representan una nueva forma de análisis funcional, entonces la función no se limita a la relación entre variables, sino que debe explicitarse el tipo de relación que se establece. En este sentido, las relaciones funcionales serían equivalentes a relaciones causales no lineales entre variables (Piccinini y Craver, 2011).
En resumen de esta primera idea, la flexibilidad psicológica puede entenderse como un estado del repertorio conductual. Por un lado, se caracteriza por la fuerte conectividad entre los procesos flexibles, tales como: yo-como-contexto, defusión cognitiva, momento presente, valores, acción comprometida y aceptación. Por otro lado, la débil conectividad entre los procesos inflexibles, como: yo-como-contenido, fusión cognitiva, centrado en el pasado y futuro, valores no clarificados, inacción y evitación experiencial. En este sentido, el repertorio conductual es un sistema auto-organizante, una estabilidad mantenida y definida a partir de las relaciones causales entre los componentes. Por el contrario, la inflexibilidad psicológica es un estado del repertorio conductual representado por la baja conectividad entre los procesos flexibles y la alta conectividad entre los procesos inflexibles.
Ahora bien, habiendo terminado esta primera idea, quiero plantear lo siguiente: ¿no es esta definición de flexibilidad psicológica demasiado morfológica? Es decir, hemos definido la flexibilidad por su propiedad de conectividad, centrándonos en si el estado se mantiene o no en el estado-saludable, en ese tipo de repertorio deseado. La conectividad o la estabilidad no son más que propiedades de la morfología de un sistema o repertorio. Esta definición corre el riesgo de centrarse exclusivamente en la forma del sistema y su espacio de posibilidades, sin abordar necesariamente los procesos que subyacen a la flexibilidad y la inflexibilidad.
Idea 2: flexibilización psicológica, un acontecimiento.
Para definir la flexibilidad psicológica fuera de una perspectiva morfológica, es necesario recurrir a conceptos que escapen de los componentes individuales del repertorio conductual, sus relaciones y el punto de equilibrio hacia el cual se ven atraídos. En otras palabras, una definición morfológica trata de definir una entidad a partir de distintas opciones como: (1) cuáles son los procesos que se involucran como componentes, (2) cuáles son las propiedades de esos procesos, como la conectividad entre ellos, y (3) cuál es el atractor que está presente en el sistema. Sin embargo, para llegar a una definición morfogenética, es decir, para entender lo que realmente le da la forma al sistema, necesitamos recurrir a otro concepto: el de bifurcación.
¿A alguien más le resulta incómodo pensar que existen simplemente un estado-saludable y un estado-enfermo? No están solos. A mí también me molesta. Por un lado, porque hablar de dos atractores posibles reduce la complejidad de los estados alternativos de equilibrio que podemos alcanzar dentro de nuestro espacio de posibilidades. No somos biestables, somos multiestables (Petraitis, 2013). Sin embargo, mi crítica va más allá de la simplificación teórica. Es también filosófica. En este sentido, Deleuze, siempre un adelantado, parece anticiparse a lo que propone Borsboom sobre la existencia de un estado-enfermo y un estado-sano. Él escribe lo siguiente:
“La enfermedad como evaluación de la salud, los momentos de salud como evaluación de la enfermedad: esta es la inversión, el desplazamiento de las perspectivas […] De la salud a la enfermedad, de la enfermedad a la salud, aunque solo fuera como idea, esta movilidad misma es una salud superior, este desplazamiento, esta ligereza en el desplazamiento es el signo de la ‘gran salud’. Por eso Nietzsche puede decir hasta el final: yo soy lo contario de un enfermo, soy sano en el fondo. Evitaremos recordar todo lo que ha terminado mal. Pues Nietzsche vuelto demente es precisamente Nietzsche habiendo perdido esa movilidad, ese arte del desplazamiento, ya no pudiendo mediante su salud hacer de la enfermedad un punto de vista sobre la salud” (Deleuze, 1965/2019, pp. 12-13)
Si a alguien le molesta que utilice a Deleuze como autor para sostener mis ideas, no se preocupen, que les traigo un físico-químico: Ilya Prigogine.
“Hay que tener en cuenta que, sin el mantenimiento de una distancia adecuada del equilibrio, la no linealidad por sí sola no puede dar lugar a soluciones múltiples. En equilibrio, el balance detallado introduce una condición adicional que restringe e incluso fija de manera única el valor de la variable de estado. (…) El no-equilibrio revela las potencialidades ocultas en las no linealidades, potencialidades que se mantienen dormidas en estados cercanos al equilibrio” (Nicolis y Prigogine, 1989, pp. 59-60).
El desplazamiento de un estado a otro se da a través de la bifurcación; la desestabilidad entre los estados es lo que permite revelar las potencialidades que se ven opacadas por la cercanía al equilibrio. Es decir, “para desplegar su complejidad, los sistemas no lineales deben desequilibrarse utilizando constreñimientos externos para mantener fuertes diferencias de intensidad y no permitir que estas sean canceladas o debilitadas” (DeLanda, 2024, pp. 94-95). El punto clave de la salud no es tanto mantenernos sanos o adaptativos permanentemente, sino la posibilidad de bifurcar entre estos estados, de sano a enfermo y viceversa. La posibilidad de que exista un cambio cualitativo en el futuro.
La idea de bifurcación surge de la teoría de las catástrofes de René Thom. Para dar una idea de qué trata este concepto, lean con atención: “el método tratado aquí enfatiza, sobre todo, la morfogénesis del proceso, es decir, las discontinuidades del fenómeno. Una clasificación muy general de estos cambios de forma, denominada ‘catástrofe’” (Thom, 1975, p. 8). El concepto de discontinuidad es, sin duda, atrevido. Si Heráclito pensaba que todo cambia, Thom le retrucaría diciendo: “efectivamente, todo cambia. E incluso, cambia la manera en que las cosas cambian”. Sin duda, un atrevido. Como explica Arajo (2024), “Thom entiende la catástrofe como el proceso resultante de un fenómeno inestable, discontinuo e imparable que transita de un estado estable a otro”. Permítanme ser metafórico en esto último: la catástrofe es como un acontecimiento, se presenta en un parpadeo, cambiándolo todo; no da tiempo ni a registrar lo que sucedió, sin embargo, el cambio ya ocurrió. Los acontecimientos viven entre el pasado y el futuro, pero jamás son presentes; no pertenecen a la actualidad. Apenas cuando dejan el futuro para ser presentes, se convierten en pasado.
Uno de los problemas al considerar la flexibilidad psicológica en términos morfológicos es que puede confundirse con un rasgo o atributo, lo que ha llevado a que este constructo sea comparado con el neuroticismo. Esto sucede porque el AAQ afirma medir flexibilidad, pero parece que lo que sí mide es neuroticismo (Cherry et al., 2021). Apostar por seguir pensando la flexibilidad psicológica como un estado perteneciente a un sistema complejo es una forma de conservar la misma idea, solo que cambiando algunos parámetros; sigue siendo morfológica. En este sentido, si se pretende que la flexibilidad psicológica no se vea como una habilidad o un conjunto de habilidades probables, entonces es necesario optar por una definición morfogenética: la flexibilización psicológica como un acontecimiento.6
Lo interesante de esta segunda propuesta para pensar la flexibilidad psicológica, de acá en más denominada flexibilización, es que modifica la manera en que la medimos y, por tanto, la forma en que hacemos predicciones. En este caso, medir la flexibilización sería a través de los Early-Warning Signals (Scheffer et al., 2019; Scheffer et al., 2013), ya que estos funcionan como indicadores de que el sistema está a punto de desestabilizarse. De hecho, estos indicadores actualmente se utilizan como predictores de una posible remisión sintomática o recaída, lo que justifica el despliegue de un programa de prevención (Hofmann et al., 2016). Pero, ¿hasta qué punto este uso de la bifurcación no refleja una perspectiva de la normalidad saludable? ¿Por qué desplegar toda una serie de herramientas e intervenciones para evitar que la persona transione hacia el estado-patológico, previniéndolo? Tal vez, una mirada desde la normalidad destructiva consiste en contemplar el estado-enfermo como un estado posible dentro del cual podemos llegar al equilibrio, pero, al mismo tiempo, asegurarnos de que la persona no recaiga completamente en ese nuevo estado. Es decir, permitir que siga existiendo la posibilidad de que se desplace de un estado a otro, que no pierda su movilidad. Evitar la pérdida del arte del desplazamiento.
En resumen de esta segunda idea, la flexibilidad psicológica no es una habilidad ni el estado posible de un repertorio; más bien, la flexibilización se trata de un cambio cualitativo en el estado del repertorio conductual, entendiendo que ambos posibles estados estabilizados (sano y patológico; flexible e inflexible) son parte de las posibilidades que se encuentran en el individuo. El punto clave es que no se pierda la posibilidad de ese desplazamiento, de que siga ocurriendo ese posible acontecimiento.
Conclusión
Plot twist: en realidad, ambas ideas no son incompatibles. La primera podría homologarse a una dimensión de heterogeneidad o variabilidad, mientras que la segunda representa un cambio cualitativo en todo el sistema: un cambio que implica una discontinuidad en la forma en que el sistema funciona actualmente en comparación con su funcionamiento previo. De hecho, considero que la heterogeneidad no es, por sí sola, determinante para definir un estado sano, ya que tener una comorbilidad de más de cinco trastornos (siempre con ejemplos extremos) representa, en sí misma, una heterogeneidad de patrones comportamentales. Esto podría implicar, entonces, que heterogeneidad y variabilidad no son lo mismo.7
En este artículo, hemos logrado reformular de manera más clara los conceptos clave de la RCC en términos conductuales. Aunque podríamos seguir considerando que la mínima unidad es la conducta, deberíamos ampliarlo para incluir los antecedentes y consecuentes, los cuales pueden ser tanto privados como públicos. De esta manera, un nodo representaría un proceso, una secuencia de antecedente-conducta-consecuente. Esto nos permite pensar que toda la red se refiere a un análisis del repertorio conductual, ya que este concepto abarca todas las conductas aprendidas por el individuo.
Entonces, si los antecedentes y consecuentes ya están dentro de la red, ¿Qué representa el campo externo? A mi juicio, son las variables disposicionales, ya que afectan la probabilidad de que ciertas interacciones ocurran en el ambiente. Estas pueden ser tanto públicas (por ejemplo, vivir en una sociedad conservadora) como privadas (por ejemplo, la historia de aprendizaje del individuo), lo que satisface la consideración de Borsboom de que el campo externo no necesariamente se encuentra fuera del individuo. Estas reformulaciones permiten tener una mejor comprensión de (1) qué criterios utilizar para relacionar los nodos en una red y (2) cómo podrían aplicarse concepciones basadas en redes, como el MMEE. Recordemos que las relaciones entre nodos representan la contingencia (reforzar o castigar), y la intensidad se refiere a la probabilidad de que esto ocurra.

En lo personal, considero que es una excelente ruta cuestionar la realidad de nuestros conceptos más utilizados. En este caso, se ha interrogado sobre la flexibilidad psicológica y el repertorio conductual. Aclaro que, en el caso de que un concepto muy útil no tenga un referente claro o relación con la realidad, esto no implica que deba ser descartado. Sin embargo, me parece interesante la exploración ontológica que la RCC propone a los investigadores y psicólogos sobre aquellos conceptos que tanto utilizan y dan por sentados, suponiendo que, al menos, tienen una utilidad clínica.
Es verdad que en este artículo me dediqué a replantear hipótesis previamente establecidas, estas nuevas ideas pueden ser igualmente incorrectas, por ende deben ser contrastadas y sometidas a debate. Pero esto último no puede ser posible si no son compartidas en comunidad en primer lugar.
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- Nótese que la secuencia presentada por los autores es de conducta-consecuente-conducta, una pista que será de utilidad en nuestra reformulación. ↩︎
- “En este artículo, nos alineamos con la gran mayoría de la literatura psicológica y utilizamos el término “resiliencia” para describir una situación de salud mental positiva […]. No obstante, desde una perspectiva de la ciencia de la complejidad, la resiliencia no se limita necesariamente a describir la propensión al cambio de un estado particular. La depresión crónica refleja una lucha constante con una salud mental deficiente; sin embargo, en teoría, este patrón también podría considerarse “resiliente” en un sentido vicioso, ya que es estable y poco receptivo a las intervenciones terapéuticas” (Lunansky et al., 2024, p. 2). ↩︎
- Gracias Ricardo Pérez y Fabián Maero por el intercambio. ↩︎
- Esta idea fue posible gracias a Ricardo Pérez, quien siempre lo molesto con mis ideas. ↩︎
- Tan nueva no es la idea, ya hay programas basado en el análisis funcional, cuyo objetivo es el repertorio. Uno de ellos es el Modelo de Aprendizaje Competente (CLM) se trata de “consultas colaborativas con educadores para resolver problemas de conducta urgentes y guiarlos a través de un curso de estudio que los prepare para fortalecer repertorios deseables y debilitar repertorios indeseables” (Warash et al., 2008, p. 447). ↩︎
- Prefiero llamarlo acontecimiento antes que “catástrofe” o “bifurcación”, porque el primero da miedo y el segundo es muy técnico. ↩︎
- Catania (2013) define que “la variabilidad es también una propiedad sobre la cual se pueden organizar contingencias, pero no puede ser atribuida a respuestas individuales, ya que solo puede ser una propiedad de poblaciones de respuestas“(p. 471), aquella población de respuestas es donde, creo yo, se sitúa el repertorio conductual, como conjunto jerárquico probabilístico de las conductas aprendidas. ↩︎