Situándonos en un contexto social, me pregunto: ¿cómo es posible sostener un compromiso con la realidad cuando estamos constantemente expuestos a noticias falsas, intervenciones generadas por inteligencia artificial y la censura deliberada de cierta información? En este contexto, la ausencia de compromiso con una realidad que opera por fuera del discurso —es decir, la conducta verbal— parece haberse extendido incluso a ámbitos que, en principio, no pertenecen a la academia. Posturas como la a-política se transforman en actitudes similares entre los académicos, transformándose en una nueva nomenclatura, pero detrás subyace la misma dinámica, de esto me gustaría hablarles en este artículo.
A-ontología
La actual tendencia en la psicología, o más específicamente en el análisis funcional de la conducta, es desestimar el compromiso de que existe una realidad que opera con independencia de nosotros (Barnes-Holmes, 2005; Baum, 2017). Por lo que me veo con cierta obligación a defender, al menos, un realismo coherente con la praxis del analista funcional.
Para entender lo erróneo de sostener la a-ontología, primero, hay que tener en cuenta que toda ontología es el compromiso de un filósofo, involucra aquellas entidades que son asumidas como existentes en la realidad (DeLanda, 2024, p. 12). En segundo lugar, hay que contemplar la definición dada de a-ontología, esta implica que:
“simplemente guarda silencio respecto al problema ontológico. Esta posición a-ontológica se vuelve posible cuando la verdad científica se define, en última instancia, en función del logro de objetivos específicos, lo que vuelve irrelevantes las cuestiones ontológicas. En efecto, no se hacen suposiciones fundamentales, finales ni absolutas sobre la naturaleza o sustancia de una realidad independiente del comportamiento; por lo tanto, no hay base para realizar afirmaciones ontológicas ni anti-ontológicas, ya que no existen supuestos que las sostengan” (Barnes-Holmes, 2005, p. 68).
Toda ontología implica un compromiso filosófico. Entonces, ¿por qué optar por no asumir ninguno? ¿Realmente el conductismo nunca se comprometió asumiendo entidades como existentes? ¿Es la a-ontología coherente con la historia del conductismo? Autores como Froxán Parga (2020) y González-Terrazas junto con Colombo (2023) reivindican al conductismo como una perspectiva materialista y monista, que evita posturas vinculadas al mentalismo —asumir suficiente la explicación de fenómenos a través de variables privadas— y al dualismo —separar la mente del cuerpo. Declararse materialista y rechazar el mentalismo son, en sí mismas, formas de asumir una posición sobre lo existente. Es decir, constituyen un compromiso ontológico.
Más aún, sostener que los fenómenos psicológicos no son reductibles a procesos biológicos también supone una postura ontológica, en tanto afirma la autonomía epistémica de la psicología como disciplina diferenciada de otras ciencias. Cabe señalar que esta afirmación no es compartida por todos: existen filósofos materialistas que sostienen lo contrario (Romero, 2022, p. 93). En conclusión, el conductismo no guarda silencio ante el problema ontológico, se expresa y debate comprometidamente.
Asumir ontológicamente siendo pragmatista
Otra de las problemáticas en torno a la definición de la a-ontología radica en suponer que la cuestión ontológica es irrelevante, dado que la verdad estaría definida exclusivamente en función de los objetivos del profesional. Esta perspectiva parte de una lectura simplificada del pragmatismo: se tiende a pensar que rechazar una concepción correspondentista de la verdad equivale a abstenerse de emitir juicios sobre la realidad.
Sin embargo, autores contemporáneos como Hasok Chang (2022) sostienen que el realismo no es necesariamente incompatible con el pragmatismo; más bien, es posible integrarlos mediante ciertos matices. En particular, Chang propone el concepto de verdad por coherencia operacional (pp. 186–187), que refiere a la construcción de la verdad a partir de la coherencia no solo de la propia actividad científica, sino también en relación con las prácticas de otros profesionales, e incluso de comunidades extra-disciplinarias.
De hecho, esta discusión puede pensarse desde la propuesta de la Terapia Basada en Procesos (TBP), dado que este metamodelo exige que los procesos de cambio cumplan con tres cualidades fundamentales: precisión, alcance y profundidad (Hofmann et al., 2021, p. 17).
La precisión remite a la capacidad del profesional para especificar con claridad el fenómeno que se propone observar en un contexto determinado. El alcance implica que esa observación precisa pueda extenderse a otros contextos diferentes. Por último, la profundidad refiere a que dicho proceso no entre en contradicción con conocimientos bien establecidos, ya sean intra o extra disciplinares. Mientras que la precisión y el alcance apelan a la coherencia interna de la actividad del profesional, la profundidad exige una coherencia externa, en relación con el conocimiento acumulado de la comunidad científica —tanto dentro como fuera del campo de la psicología.
Desde la teoría de los marcos relacionales (RFT, por sus siglas en inglés), puede decirse que toda idea se constituye como un marco, en el que distintos estímulos son relacionados de manera arbitraria. Sin embargo, una red relacional no está compuesta únicamente por relaciones arbitrarias, sino también por conductas relacionales establecidas no arbitrariamente (Stewart et al., 2002).
Dado que todo marco puede entenderse como una red de relaciones, también es posible establecer relaciones entre redes distintas. Por ejemplo, una red que remite a la evitación experiencial de la ansiedad puede ponerse en relación con otra, como el acto de moverse desesperadamente en arenas movedizas. Ambas, inicialmente inconexas, al establecer una equivalencia, dan lugar a una red más compleja que configura una metáfora clínica: “Escapar de tu ansiedad es tan eficaz como escapar con desesperación de arenas movedizas.”
En este modelo, el reforzamiento principal no se basa en la correspondencia entre lo dicho y un objeto externo, sino en la coherencia de una relación entre dos (o más) eventos. En este sentido, puede pensarse que la propuesta de Chang (2022) —concebir la verdad como una construcción que surge de la articulación entre las contingencias directas experimentadas por el sujeto y las redes relacionales generadas por otros— resulta compatible con los postulados de la RFT.
A partir de que la verdad-por-coherencia-operacional está estrechamente vinculada con la actividad propia y ajena, Chang (2022) propone repensar el realismo en términos de “realismo activista” (p. 209). Esto quiere decir que existe un compromiso con la capacidad de extender —parecido a la cualidad de profundidad— y mejorar —similar a precisión y alcance— de nuestro conocimiento sobre la realidad, como sea posible dentro de las limitaciones. Según Barnes-Holmes (2005), todo realismo es la búsqueda de suposiciones fundamentales, finales y absolutas. Sin embargo, Chang (2022) explica que:
“El realismo activista […] no se trata de una actitud complaciente que se conforma con el conocimiento ya alcanzado, ni de condenar a quienes no aceptan o utilizan dicho conocimiento.
El realismo activista implica no solo aceptar los resultados de las pruebas empíricas de las hipótesis, sino también desarrollar pruebas nuevas y mejores, y generar más hipótesis para poner a prueba. Además, este enfoque nos impulsa a formular preguntas completamente nuevas, elaborar nuevas teorías, e incluso crear nuevas entidades reales y aprender sobre ellas” (p. 209).
El realismo activista no asume que existan suposiciones finales y absolutas como supone Barnes-Holmes (2005). Si las suposiciones sobre lo existente son en función de las actividades de la comunidad científica, estas se ven modificables, ya se a partir de nuevas preguntas o resultados empíricos. Comprometerse ontológicamente es una manera de darle coherencia al porqué de los resultados.
A diferencia del realismo activista, los a-ontológicos no podrían responder la razón por la que dos objetivos profesionales llevan a dos resultados distintos, o el hecho de que un objetivo sea más coherente que otro objetivo en un mismo contexto de laboratorio. A saber, el instrumentalismo no explica por qué ocurren ciertos resultados y no otros, asume que no existe nada por fuera de los datos recolectados (Borsboom et al., 2003, p. 207). Existen entidades cuyo comportamiento no se ven influenciados enteramente por lo verbal.
La rata me hizo realista
Ya finalizando, otra de las críticas al realismo es que si el realismo implica pensar la conducta como independiente de la realidad, esto es imposible, porque la conducta emerge a partir de la interacción entre el organismo y el ambiente físico, formando así un contexto. Por lo tanto, según William Baum (2017), el realismo es incompatible con el análisis funcional. Pero, ¿Esto es efectivamente así? Para esta sección particular, me gustaría que pensar alrededor de esta frase conductista: la rata siempre tiene la razón.
Tenés que creer en la conducta que ves, no en lo que debería pasar: B. F. Skinner entendía eso. Un día, Ogden Lindsley, entonces estudiante de posgrado, entró corriendo en la oficina de Skinner con una larga tira de resultados de un experimento. Extendiendo el papel sobre el escritorio de Skinner, Lindsley señaló una sección. “Mirá, Fred. Fijate en esto. Muestra que lo que dijiste en tu libro The Behavior of Organisms está mal.” Skinner examinó el registro acumulativo. “Bueno,” dijo, “la rata siempre tiene razón.” (Vargas, 2020, pp. 160-161).
En base a esta cita, me pregunto ¿cómo es posible que el realismo sea incompatible con el análisis funcional si lo que teorizamos puede cuestionarse a partir de la conducta observada en laboratorios? Esto debido a que la definición de realismo que se utiliza a menudo no está adaptada a situaciones donde el propio humano está involucrado.
DeLanda (2021) explica lo siguiente:
“Tradicionalmente, el […] ‘realismo’ [es] una postura definida por la aceptación de una realidad que existe independientemente de la mente. En el caso de la ontología social, sin embargo, esta definición debe ser matizada debido a que la mayoría de las entidades sociales, desde las pequeñas comunidades hasta las naciones más grandes, desaparecerían si las mentes humanas que las crearon dejaran de existir. Es por ello que un enfoque realista debe afirmar la autonomía de las entidades sociales de la concepción que nos hacemos de ellas. En otras palabras, aunque estas entidades no son independientes de la existencia de nuestras mentes, sí lo son del contenido de nuestras mentes. Una ciudad, por ejemplo, tiene una naturaleza objetiva que no depende de las creencias o teorías que podamos tener de los asentamientos urbanos” (p. 9).
Si bien esta cita remite a entidades sociales, considero que puede ser igualmente aplicada a fenómenos psicológicos. Los invito a notar lo siguiente: es cierto que la conducta no puede ser independiente del ambiente, ni el observador de dicha conducta puede quedar por fuera del contexto que conforma al conjunto {organismo, ambiente físico, conducta, observador}. Sin embargo, cada una de estas entidades posee una identidad autónoma, no quedan fusionadas a pesar de constituir un conjunto más grande llamado ‘contexto’. Esto permite que la conducta opere de cierto modo más allá de las relaciones arbitrarias que el investigador (o yo) pueda elaborar a partir de la observación.
Autores como Chang (2022) expresan que plantear un realismo como independencia de la mente, o la conducta en nuestros términos, es una ontología realista basada en la verdad como correspondencia. En cambio, el autor propone distinguir entre mind-control y mind-framing, esto es, diferenciar entre lo que es controlable a través de la conducta verbal y aquellas entidades que pueden pertenecer a los marcos relacionales del individuo.
Un ejemplo claro del primer caso puede encontrarse en el juego del Uno. Si bien existen reglas explícitas definidas por la empresa que lo comercializa, los jugadores con experiencia suelen agregar reglas adicionales, como permitir la acumulación de cartas +2 y +4. No hay impedimento alguno para que los participantes modifiquen el reglamento: las actividades lúdicas como el Uno están controladas verbalmente, es decir, reguladas por relaciones arbitrarias acordadas entre los jugadores.
En contraste, fenómenos como la electricidad operan con independencia de los marcos arbitrarios que establezcamos sobre ellos. Un ejemplo ilustrativo aparece en un episodio de Los Simpsons, donde Frank Grimes, frustrado por el éxito inmerecido de Homero, decide actuar como él. Toca cables de alta tensión bajo la suposición de que, por “ser Homero Simpson”, no necesitará guantes de seguridad. Su marco relacional está constituido por ciertos marcos de equivalencia y causalidad:
“A Homero Simpson todo le sale bien | Yo soy Homero Simpson | Quien toca cables de alto voltaje muere | Pero si yo soy Homero Simpson, entonces no me pasará nada”.
El resultado, sin embargo, es trágico: Frank Grimes muere electrocutado, porque la electricidad no responde al contenido relacional, sino a regularidades físicas materiales. Esta diferencia ilustra cómo ciertos dominios de la realidad son sensibles al control del lenguaje, mientras que otros operan independientemente de relaciones simbólicas.
Con el objetivo de que quede más clara la distinción entre mind-framing y mind-control, te propongo un pequeño ejercicio experiencial. Quisiera que te tomes unos segundos para encontrar un objeto cualquiera en el lugar donde están leyendo esto. Una vez que encuentres ese objeto, miralo con atención, fijate cómo es: ¿qué color tiene? ¿qué forma tiene? ¿es más grande que otros objetos alrededor? ¿está cerca o lejos de vos?).
Ahora, me gustaría que te enfoques nuevamente y te fuerces a creer —con la máxima literalidad posible— que tiene alas en la parte de atrás. Creé que, en cualquier momento, las va a abrir y va a volar por todo el espacio en el que estás. Eventualmente, incluso, podría salir volando por una ventana, perdiéndose así por todo el mundo.
Mientras hiciste este ejercicio (un poco hippie) ¿sucedió algo? ¿notaste una diferencia entre el primero y el segundo? Yo considero que este ejercicio hace la distinción entre, por un lado, enmarcar —de forma no arbitraria— el objeto en relación a otros y, por otro lado, el intento fallido de controlar ese objeto en base a relaciones que están por fuera de las propiedades físicas, por ende, de carácter más simbólico.
Dicho de manera más sencilla, las palabras pueden rodear los elementos de un espacio en que habitamos (mind-framing), pero no necesariamente esas palabras los empujará o transformará en base a nuestras expectativas (mind-control).
La rata siempre tendrá razón con independencia de nuestros marcos relacionales, debido a que no es controlable enteramente por conducta verbal. No importa quién establezca ese marco relacional, puede emerger espontáneamente conductas que no están incluidas en la red relacional establecida por el investigador, esto puede conllevar a establecer coherencia a partir de desestimar lo ocurrido o reconstruir lo anteriormente planteado. Usualmente los marcos relacionales son pensados como conjuntos constituidos por relaciones arbitrarias, sin embargo, como se dijo anteriormente, también están involucradas las contingencias directas y relaciones aplicadas de forma no arbitraria.
En relación a esto último, podría pensar en la conducta de andar en bicicleta. La manera en que uno puede manipular la bicicleta no se constituye a partir de las relaciones enmarcadas, más bien se da en interacción con el objeto, esto es, experiencias que operan como contingencias directas que posteriormente permiten establecer relacionales concretas (no arbitrarias) y arbitrarias. Manipular una bicicleta, como conducta, no se establece formalmente hasta que el individuo interactúa con la bicicleta, quizás ciertas indicaciones pueden serle de utilidad, más no son suficientes. Las introducciones verbales pueden a lo sumo ahorrarle horas de práctica y unas cuantas caídas, pero no impide que exista esa interacción no mediada (o controlada) por lo verbal.
Inspirados en Gilbert Ryle, los autores Wilson et al. (2001) explican lo siguiente:
“En la terminología psicológica […], el ‘saber cómo’ (knowing-how) implicaría tener una historia tal que las funciones de estímulo y respuesta disponibles con respecto a ciertos conjuntos de eventos permitan una interacción exitosa con esos eventos. Así, por ejemplo, se podría decir que una rata sabe cómo recorrer un laberinto en la medida en que comete un número mínimo de errores y sigue un curso que termina con su llegada a la caja objetivo. Estas son ejecuciones (y formas de saber) atribuibles a procesos directos de condicionamiento.
El ‘saber que’ (knowing-what), en cambio, implica la capacidad de derivar relaciones entre estímulos. El ‘saber que’ puede conducir a un desempeño efectivo si los conjuntos de estímulos verbales están relacionados adecuadamente y, a su vez, controlan las funciones de respuesta necesarias” (pp. 18-19).
Asumir que la rata siempre tiene razón se trata de un compromiso ontológico, como mínimo, de que la rata existe y ésta exhibe un comportamiento que no es exclusivamente controlable bajo mi conducta verbal. Por más que se establezca una red relacional de gran alcance, como lo es el libro de Skinner, aun así puede verse problematizada ante nuevas experiencias directas como las que observó su estudiante Lindsley.
Este compromiso sutilmente ontológico permite, al mismo tiempo, sostener una postura ética y honesta en distintos ámbitos, desde el contexto educativo hasta el espacio clínico. Es decir: el alumno siempre tiene razón, y el consultante siempre tiene razón.
Ambos organismos tienen la capacidad de establecer relaciones arbitrarias entre eventos, de enmarcar verbalmente (mind-framing); sin embargo, exhiben conductas que no están completamente controladas por su propia conducta verbal. No se trata de que el estudiante o el consultante tengan razón en términos del contenido de sus relaciones arbitrarias, sino de que la continuidad de su conducta expresa una identidad autónoma que no necesariamente coincide con lo que dicen sobre sí mismos, ni con las relaciones ofrecidas por otros hablantes como nosotros.
El consultante siempre tiene razón en la medida en que su conducta problema persiste o se intensifica, a pesar de mis metáforas y los ejercicios experienciales en sesión. Del mismo modo, el estudiantado siempre tiene razón incluso cuando, a pesar de haber diseñado un esquema visual y una actividad interactiva para facilitar el aprendizaje del contenido, su desempeño (o interés por la materia) no se ve modificado o influenciado.
Conclusión
En conclusión, es posible formular una ontología coherente con la historia y los supuestos centrales del análisis funcional de la conducta. El conductismo desde sus inicios ha tenido un compromiso por lo existente. Ahora bien, si entendemos el realismo como la afirmación de una realidad completamente independiente de la conducta, tal concepción resulta incompatible con el análisis funcional (Baum, 2017). No obstante, existen matices dentro del concepto de realismo (DeLanda, 2021) que permiten integrarlo en la práctica concreta del analista funcional en contextos de laboratorio y observación empírica (Vargas, 2020).
Asimismo, la postura a-ontológica asumida por ciertos referentes del conductismo contemporáneo (Barnes-Holmes, 2005) demuestra ser insostenible al suponer que, dado que la verdad se define en función de los objetivos del profesional, no habría necesidad de comprometerse con lo ontológico. Ante suposiciones como ésta, autores como Chang (2022) proponen que es posible afirmar sobre la realidad teniendo en cuenta a la verdad, basada en la coherencia, entendida no solo en relación con las actividades profesionales, sino también con las prácticas ajenas a su marco disciplinar y con el conocimiento establecido por otras comunidades epistémicas.
Mientras que el realismo clásico exige correspondencia con un objeto independiente, el realismo activista exige coherencia dentro de una práctica situada que busca extender y mejorar su conocimiento respecto de aquellas entidades comprometidas como reales. Esto resulta compatible con la propuesta de la Terapia Basada en Procesos (TBP), que sostiene que todo proceso de cambio clínico debe establecerse bajo criterios de precisión, alcance y profundidad (Hofmann et al., 2021), lo cual exige compromisos conceptuales y metodológicos que no pueden eludir preguntas ontológicas.
Este artículo no constituye una defensa de lo que efectivamente existe, ni pretende imponer una ontología específica. Más bien, sostiene que el analista funcional necesariamente asume un compromiso con la realidad, y por lo tanto, con una ontología, en tanto reconoce ciertas entidades como no controlables por la conducta verbal (por ejemplo, la conducta de la rata), y otras como enteramente mediadas por relaciones arbitrariamente enmarcadas (como ocurre al conceptualizar qué entendemos por “mente”).
Si toda ontología implica un compromiso, entonces el conductismo está ineludiblemente comprometido con las entidades con las que dice intervenir/influenciar y predecir. La rata siempre tiene razón.
Referencias
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