La psicoterapia como dispositivo surge a mediados del siglo XIX a partir de Sigmund Freud, quien contribuyó a la importancia de tratar el malestar a través de métodos por fuera de la medicina tradicional (Lambert, 2013). Luego del psicoanálisis, surgieron nuevos modelos psicoterapéuticos basados en otros marcos teóricos, uno de ellos fue la terapia humanista dirigida por Carl Rogers (1942). Esta propuesta supuso un cambio en la manera que se concebía al paciente, en lugar de ser un recipiente pasivo cuyo conocimiento es menor al del profesional, pasa a ser un sujeto activo quien conoce más de su padecer que el terapeuta (Keegan, 2007). A su vez, en la década de 1920, surgen enfoques basados en principios del aprendizaje como la terapia conductual de Mary C. Jones y, mi dúo dinámico favorito, Orval Hobart Mowrer y Willie Mae Mowrer (Benjamin et al., 2011). Sin embargo, la terapia conductual no tuvo gran impacto como paradigma hasta la publicación de Joseph Wolpe en 1958 con su libro titulado “Psychotherapy by Reciprocal Inhibition” (Psicoterapia por Inhibición Recíproca).
Las décadas de 1950 y 1960 fueron, sin duda, un periodo de gran innovación para el campo de la psicoterapia y a la salud mental. Surgen investigaciones y revisiones que cuestionaban los tratamientos de larga duración y los supuestos de cierto paradigma hegemónico, el psicoanálisis (Wolpe y Rachman, 1960). En la historia de la psicoterapia, no sólo hubo una importancia por la practicidad de las técnicas, sino también por el debate teórico sobre las causas y la explicación psicopatológica que subyace al espacio clínico (Eysenck y Rachman, 1965).
La batalla por la efectividad
Un momento crucial para la historia de la investigación en psicoterapia fue el artículo controversial de Hans-Jürgen Eysenck (1952), quien a partir del análisis de 24 artículos concluyó la psicoterapia no mostraba mayor efectividad que la ausencia de tratamiento. Básicamente los psicólogos clínicos estaban de adorno.
La declaración de Eysenck inauguró el debate sobre la pregunta fundamental: ¿la psicoterapia funciona?, aunque luego éste interrogante sería más específico y desafiante formulado por Gordon L. Paul: “¿Qué tratamiento, por parte de quién, es más eficaz para este individuo con ese problema específico, y bajo qué conjunto de circunstancias, y cómo se produce?” (Paul, 1969, como se citó en Hayes et al., 2020, p. 1)”. Esta pregunta motivó a que los terapeutas cognitivos conductuales intentasen responderla mediante estudios centrados en protocolos para trastornos y problemas específicos (Hofmann y Hayes, 2019).
En 1977, Smith y Glass realizaron el primer meta-análisis de resultados en psicoterapia, donde se examinó 375 estudios a diferencia de Eysenck (1952) que analizó 24 estudios. La conclusión de Smith y Glass (1977) es que todos los modelos psicoterapéuticos, con independencia de su marco teórico, demostraban una eficacia del 75% en personas que no habían sido tratadas. Lo central de este análisis, además de demostrar que la efectividad de la psicoterapia en contraste de su ausencia, es que no había diferencia entre un marco teórico y otro (Hofmann y Hayes, 2022). Por lo que revive la hipótesis de la equivalencia o ‘el veredicto del pájaro Dodo’, según Luborsky et al (1975) todas las terapias son igualmente efectivas independientemente de su fundamento teórico. En otras palabras, todos ganan.

Mediadores y moderadores
En el año 1986, Reuben Baron y David Kenny publicaron un artículo que revolucionó el campo de la investigación en psicoterapia. En este trabajo se estableció la distinción conceptual entre dos tipos de terceras variables que influyen en la eficiencia terapéutica: los mediadores y los moderadores (Baron y Kenny, 1986).
Por un lado, los autores definieron los mediadores como mecanismos que interfieren en la influencia de una variable independiente sobre la variable dependiente (Pardo y Román, 2013). En otras palabras, los mediadores se tratan de variables intervinientes que representan el mecanismo generativo a través del cual la variable independiente focal es capaz de influir sobre la variable dependiente de interés (Brietborde et. al, 2015). En palabras simples, la variable mediadora es la que se coloca entre la variable dependiente y la variable independiente, funcionando como un interruptor de ENCENDIDO/APAGADO.
Por otro lado, los moderadores son las variables intervinientes que afectan en la dirección o la intensidad de la relación entre una variable independiente y una variable dependiente (Baron y Kenny, 1986). En otras palabras, los moderadores son capaces de dividir una variable focal independiente en subgrupos donde establecen sus dominios de máxima efectividad con respecto a una variable dependiente dada, lo cual implica que la relación causal entre dos variables cambia como una función de la variable moderadora (Kraemer et al., 2008). Esto último quiere decir que los moderadores siempre funcionan como variables independientes, porque se encuentran en un mismo nivel por su rol influyente como variable causal de una variable dependiente dada (Kraemer et al., 2002). En palabras sencillas, la variable moderada interviene sobre la influencia que tiene la variable independiente sobre la variable dependiente, funcionando como un control de volumen que puede disminuir (0%) o aumentar (200%) la intensidad.

No somos un sistema cerrado
No obstante, a medida que el campo de investigación fue cambiando, surgieron nuevos enfoques que buscan superar posibles limitaciones de los modelos tradicionales del análisis de mediadores y moderadores (Pardo y Román, 2013). Una de las limitaciones que se encuentran en este modelo es la dificultad de trasladar el análisis de nivel poblacional al individual (Bringmann et al., 2013). Esta cuestión es señalada en el trabajo de Barlow y Hersen (1984) quienes advierten que los promedios derivados de datos grupales pueden no reflejar adecuadamente las diferencias individuales relevantes en la clínica. Esta problemática en la metodología ya ha sido abordada por los matemáticos, quienes determinaron que lo que es verdadero para un conjunto poblacional no necesariamente se aplica a nivel individual (Hofmann et al., 2020).
Por ejemplo, en física, analizar un conjunto poblacional de eventos, como el volumen de gas, puede ser aplicado al comportamiento de eventos individuales, como las moléculas de gas, aunque sólo bajo circunstancias muy restringidas (Hayes et al., 2020). Esto es lo que los matemáticos definen como eventos ergódicos. La ergodicidad de un sistema, demostrado por Birkhoff (1931), se da en el momento que las circunstancias donde la trayectoria histórica de un sistema recorre todas las posibilidades de forma uniforme e invariante, de modo tal que los datos locales, representando al individuo, coinciden con los datos globales, que refieren a la población (Bringmann et al., 2013). En otras palabras, un sistema es ergódico cuando su comportamiento no muestra variabilidad a largo plazo. No obstante, las condiciones en donde los sistemas físicos cumplen con el teorema de ergodicidad son excepcionalmente raras en las ciencias del comportamiento (Molenaar, 2004).
En términos simples, aunque técnicos, el teorema de la ergodicidad establece que un sistema es ergódico cuando el promedio del comportamiento de un grupo en un instante determinado es igual al promedio temporal de un individuo específico (Hunter et al., 2024). Un ejemplo de esto sería calcular en este momento el promedio del peso de un grupo de personas y que este resultado sea igual al peso promedio de un individuo aleatorio a lo largo de varios días. Este caso cumpliría con el teorema de la ergodicidad. Además, los protocolos, al definir una cantidad de sesiones y una secuencia específica de técnicas, suponen también que el promedio obtenido al comparar múltiples estudios/casos se iguala al promedio de un caso individual, lo que permite suponer la generalización de estos protocolos.
Ahora bien, me gustaría ofrecer una metáfora para entender lo erróneo que es aplicar el teorema de la ergodicidad como axioma para la investigación en psicoterapia. Imaginemos un auto de juguete recorriendo un espacio en nuestra casa. Después de un rato, notamos que su trayectoria forma un 8. Nos aburre verlo y decidimos alejarnos, pero al cabo de unas horas, al regresar, el auto sigue recorriendo el mismo patrón. No importa cuánto tiempo lo ignoramos, el auto siempre sigue la misma trayectoria. Al inspeccionarlo con más detalle, descubrimos que todo este tiempo el auto estuvo sobre una pista de carrera. Es decir, no se trata de un auto que es libre de recorrer el espacio, sino de un juguete anclado a una trayectoria específica, determinada por una pista de carrera con forma de 8.
¿A quién nos parecemos más? ¿Al autito que tiene la posibilidad de recorrer libremente o al autito anclado a una pista de carrera específica? Respuesta correcta: el autito libre, o más específicamente: somos un sistema abierto cuyo espacio de posibilidades consta de múltiples estados de equilibrio al que podemos recorrer indeterminadamente (Nicolis, 1917). El hecho de estar constantemente interactuando con diversos ambientes, tener la posibilidad de variar nuestro comportamiento, es lo que impide que exista un enunciado concreto aplicado de manera universal. Si el comportamiento fuera invariante, entonces sería factible establecer leyes inamovibles.
Cabe aclarar que técnicamente no sería realmente libre el autito, ya que el espacio de posibilidades, también conocido como espacio de fase, está determinado por la distribución de atractores (DeLanda, 2024). Nada más ese pequeño detalle.
Volviendo a la cuestión, la etimología de “nomotético” proviene de las palabras griegas nomos, que refiere a “ley”, y –thetēs, que significa “lo que establece”. Por ende, lo nomotético es todo aquello que es establecido por una ley (Merriam-Webster, n.d.). Este término hace referencia a un enfoque que busca elaborar enunciados universales y constantes. En este sentido, un sistema ergódico, que es un modelo que se basa en promedios estadísticos y en el comportamiento repetitivo de un sistema cerrado, se alinea con la noción de un enfoque nomotético, en el que se busca establecer enunciados aplicables de forma general a cualquier individuo dentro de un grupo (Hofmann & Hayes, 2019).
El enfoque nomotético también se fundamenta en la deducción nomológica, que busca derivar casos particulares a partir de enunciados universales. Sin embargo, esta perspectiva ha sido cuestionada por nuevas perspectivas en la filosofía de la ciencia. Autores como DeLanda (2024) y Cartwright (1983) han argumentado que la deducción nomológica es insostenible, principalmente porque no tiene en cuenta las complejidades y la variabilidad inherentes a los sistemas abiertos y contextuales, que son la base de los enfoques más recientes en las ciencias sociales y naturales.
Ergodicidad en la conducta continua
En psicología, se presta cada vez más atención a la necesidad de cumplir con las suposiciones de ergodicidad, lo cual implica que el estudio de los mecanismos psicológicos sea a partir de un modelo nomotético basado en análisis interindividuales, en lugar de un enfoque idiográfico centrado en las características del individuo junto con su contexto (von Eye y Bergman, 2003). Según Molenaar (2008), la implicación detrás de esta metodología es que las técnicas estándar de análisis estadístico, basadas en la variación inter-individual, no pueden modelar el desarrollo de los cambios que ocurren en contextos clínicos específicos. Para que las suposiciones de ergodicidad se cumplan, los resultados de las investigaciones deben ser homogéneos a lo largo del tiempo, de modo que los criterios de un síndrome permanezcan invariantes (Hunter et al., 2024).
Sin embargo, como señalan Denny Borsboom y Angélique Cramer (2013), rara vez las condiciones de ergodicidad se mantienen como verdaderas en el campo de la psicopatología. Hofmann et al. (2020) ilustran que, incluso si todas las personas con un diagnóstico psiquiátrico específico compartieran características fundamentales, sería inadecuado asumir que los eventos que influenciaron dicho trastorno mental, o la misma secuencia y patrón de esos eventos, fueran idénticos para todas las personas. Por este motivo, se promueve que el estudio de los cambios en terapia se realice a través de análisis intra-individuales, en lugar de centrarse en las diferencias grupales (Kazdin, 2016).
Propuestas actuales buscan superar el modelo tradicional de Baron y Kenny (1986) al integrar la comprensión teórica de los sistemas dinámicos complejos. Hofmann et al. (2020) argumentan que los modelos tradicionales de mediación son lineales y unidireccionales, por lo que no capturan adecuadamente la complejidad y dinámica de los procesos terapéuticos. Estos modelos asumen una relación causal simple y directa entre las variables independientes y dependientes, lo cual no refleja la realidad de los cambios psicológicos (Kraemer et al., 2008).
En cambio, el modelo de redes, apoyado en el trabajo de Denny Borsboom (2017), permite modelar interacciones bidireccionales y bucles de retroalimentación (feedback loops), proporcionando una representación más precisa e idiográfica de cómo ocurren los cambios terapéuticos. Hofmann et al. (2020) destacan que la ciencia de la intervención debe avanzar en sus capacidades tanto conceptuales como metodológicas para poder abordar los desafíos que surgen en el actual contexto de la psicoterapia. Además de aprovechar las oportunidades que ofrece una era de la Terapia Basada en Procesos (TBP), enmarcada dentro de los cuidados basados en evidencia (Hofmann y Hayes, 2019).
Esta evolución en el conocimiento teórico y práctico nos acerca a intervenciones terapéuticas cada vez más eficaces y adaptadas a las complejidades inherentes que se encuentran en las problemáticas psicológicas de las personas.
Conclusión breve
El enfoque nomotético es un cuento basado en la idea esperanzadora que algún día encontrar esos enunciados inamovibles, por ende universales y constantes, que correspondan a cualquier suceso particular. Suponer que existe una lista de enunciados que correspondan a nuestra realidad es inferir que dicha realidad se trata de un sistema cerrado, donde no existe la variabilidad y sucesos fortuitos. Como ocurre con aquellos sistemas que cumplen con el teorema de la ergodicidad.
La Terapia Basada en Procesos (TBP) es un metamodelo que va en contra de dos grandes axiomas de la investigación: el axioma de la independencia local (ya discutido en este artículo) y el teorema de la ergodicidad.
Por un lado, estar en contra del primer axioma implica reemplazar lo latente por lo emergente. Mientras que, por otro lado, todo sistema ergódico depende de ser un sistema cerrado, sin embargo, los organismos somos un sistema abierto, o como diría Ilya Prigogine: estructuras disipativas, interactuando e intercambiando constantemente con el ambiente (Nicolis, 1917).
La tesis central de todo esto es la negación de enunciados universales constantes que correspondan de manera fija al comportamiento de todo individuo, ya que esto sólo es posible si fuéramos sistemas cerrados debido a su invariabilidad a largo plazo.
Personalmente, considero que dejar a un lado lo nomotético tiene severas consecuencias conceptuales en nuestra disciplina. Desligarse de la deducción nomológica es también despojar la existencia de “leyes del aprendizaje”; el concepto ley no es más que un concepto fósil, como lo es el libre albedrio. Pero de eso hablamos en otro momento.
Referencias
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