Existe una pequeña historia que Ernesto Castro, un doctor en filosofía a quien admiro, siempre cuenta. Cada vez que la repite, la acorta un poco más, conservando solo lo significativo. Por esta razón, quiero compartirles una versión más completa para que ustedes, al repetirla tantas veces, resuman esta historia a su manera.
Es la historia de un empresario que decide vacacionar en un pueblo muy distinto a su estilo de vida. No obstante, se encuentra con un pescador, cuya vida observa con intriga (Böll, 1995, pp. 628-630). He aquí una versión de las tantas que se crearon:
La parábola del pescador
En un pequeño pueblo costero, un pescador local regresaba al muelle en su modesto bote al mediodía, con una pequeña captura de peces suficiente para las necesidades de su familia. Mientras amarraba su bote, un empresario adinerado, que estaba de vacaciones en el pueblo, se acercó a observarlo. El empresario, vestido con ropa elegante y con un aire de ciudad, se mostró intrigado por la simplicidad del pescador y decidió entablar conversación.
—¿Por qué vuelves tan temprano? —preguntó el empresario—. Si pescaras más tiempo, podrías atrapar más peces y ganar más dinero.
El pescador, con una sonrisa, respondió:
—Pesco lo suficiente para que mi familia coma bien y viva cómodamente. Con eso me basta.
El empresario, sorprendido, insistió:
—Pero si trabajaras más horas, podrías vender el excedente en el mercado. Con el dinero, podrías comprar un bote más grande y pescar aún más.
—¿Y luego qué? —preguntó el pescador, limpiando sus redes con calma.
El empresario, entusiasmado, continuó:
—Con un bote más grande, podrías contratar ayudantes, pescar en aguas más profundas y vender a otros pueblos. En unos años, tendrías una flota de botes y una empresa pesquera próspera.
—¿Y luego qué? —repitió el pescador, mirándolo con curiosidad.
El empresario, cada vez más animado, explicó:
—Con el tiempo, tu empresa crecería tanto que podrías exportar pescado a todo el país, quizás incluso al extranjero. Podrías mudarte a la ciudad, abrir una oficina, y hacer que tu negocio cotice en la bolsa. ¡Serías millonario!
—¿Y luego qué? —preguntó el pescador nuevamente, sin perder su serenidad.
El empresario, ya un poco desconcertado, respondió:
—Bueno, entonces podrías vender tu empresa, jubilarte con una fortuna y mudarte a un lugar tranquilo, como este pueblo. Podrías pasar tus días pescando un poco, disfrutando con tu familia, tomando una siesta por la tarde, tocando guitarra con tus amigos y viviendo una vida relajada y feliz.
El pescador lo miró con una sonrisa y dijo:
—¿No es eso lo que ya estoy haciendo ahora?
El empresario se quedó en silencio, sin saber qué responder. El pescador terminó de arreglar sus redes, se despidió amablemente y se fue caminando hacia su casa, donde lo esperaban su esposa, sus hijos y una tarde tranquila bajo el sol.
Valores en ACT
Este cálido cuentito ilustra, o al menos así lo relaciono, un proceso terapéutico que Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) llama valores —quizás otros procesos más, pero me limitaré al proceso mencionado.
Antes que nada, entendamos qué significa este proceso. Aunque, hay que mencionar que en ACT, los valores no tienen una definición rigurosa y técnica, ya que son un término de nivel medio. Esto es, un concepto lo suficientemente definido para que no sean ni tan ambiguo ni tan cerrado: un término que le permita al terapeuta al identificar con cierto criterio si están en juego los valores del consultante en un determinado contexto.
Ahora bien, dos de las definiciones que más me gusta:
“En ACT, los valores son consecuencias libremente elegidas y verbalmente construidas de patrones de actividad dinámicos, en evolución y continuos, que establecen reforzadores predominantes para esa actividad, los cuales son intrínsecos al compromiso con el patrón de comportamiento valorado en sí mismo” (Wilson y Dufrene, 2008, p. 64).
“En ACT, la aceptación de eventos privados previamente evitados no es un objetivo en sí mismo. Más bien, se busca al servicio de permitir que los clientes muevan sus vidas en una dirección valiosa. Los valores son direcciones de vida globalmente deseadas, construidas verbalmente. Los valores se manifiestan con el tiempo y se desarrollan como un proceso continuo en lugar de un resultado.
Dada una distinción entre tú y las cosas con las que has estado luchando y tratando de cambiar, ¿estás dispuesto a experimentar esas cosas, plenamente y sin defensas, tal como son, y no como dicen que son, y hacer lo que te lleve en una dirección valiosa en esta situación?
Si el cliente puede responder ‘sí’ a esta pregunta, entonces ACT se convierte en una forma de terapia conductual tradicional. Lo que llevará al cliente en una dirección valiosa depende de sus metas, habilidades, historia y contexto situacional actual, pero la cuestión es completamente conductual. De una manera más global, si la respuesta es ‘sí’, la vida misma se abre un poco más. Si la respuesta es ‘no’, entonces, psicológicamente hablando, la vida del cliente se vuelve un poco más pequeña” (Hayes et al., 2001, p. 235).
A partir de estas definiciones, los valores en ACT tienen tres características clave. Primero, el hecho de que los valores sean elegidos libremente quiere decir que no están exclusivamente intervenidos por la comunidad verbal. Es decir, no se trata de complacer los valores impuestos socialmente, sino optar por valores conectados con la historia individual. En palabras un poco más técnicas, efectivamente los valores al final están hechos de lenguaje. La diferencia radica en si se rigen bajo un seguimiento verbal denominado “pliace” (cumplir una norma verbal por ser dictada por alguien) o en una combinación entre tracking (seguir ciertas conductas que conducen a determinados resultados) y augmental (elegir comportarse de cierta manera al ser próximas a lo pautado verbalmente).
Segundo, los valores están en constante cambio y, por tanto, en evolución. Esto último en su sentido más técnico, digamos, una persona puede quizás no tener clarificado sus valores hasta que aprende a relacionar ciertos eventos en su historia que se vincula con cualidades de acción que le son gratificantes (selección). Más adelante, decide explorar otras acciones que reivindiquen el valor anterior (retención, aunque algo de variación). Sin embargo, la historia del individuo se sigue escribiendo, ocurren continuamente nuevas situaciones que modifican lo que le es apetitivo o aversivo. La historia tiene un rumbo, y esta puede verse modificada. De esta manera, la persona sigue ciertos valores que ahora mismo no está del todo de acuerdo, ya no le son del todo gratificantes. Sin embargo, dado que los valores son en sí conducta verbal, es plausible suponer que uno puede defusionarse[1] de sus propios valores con el propósito de generar unos nuevos (variación).
Tercero, y último punto, los valores al ser seguidos tienen como efecto aumentar probabilidad de la conducta elicitada en el futuro, es decir, establecen reforzadores. Sobre este punto, me gustaría expresar que la definición de Wilson y Dufrene (2008) me parece un poco confusa respecto de por qué refuerza seguir los valores. Cito la definición, solo que esta vez quito lo ya explicado hasta el momento:
“los valores son consecuencias […] de patrones […] que establecen reforzadores […], los cuales son intrínsecos al compromiso con el patrón […] valorado en sí mismo” (p. 64).
La definición sugiere una relación conducta-conducta, digamos, una relación funcional entre valores como conducta verbal y con las conductas. Pero no explica del todo por qué se establecen reforzadores, una explicación funcional fundamentada en solo la interacción entre conductas es insuficiente (Hayes y Brownstein, 1986). Personalmente, considero que la pata faltante está en las palabras poco precisas, aunque a la vez esclarecedoras, de Hayes al sugerir que cuando ante la pregunta por afrontar el presente “la respuesta es ‘sí’, la vida se abre un poco más. Si la respuesta es ‘no’, entonces, psicológicamente hablando, la vida del cliente se vuelve un poco más pequeña” (Hayes et al., 2001, p. 235). Ese “psicológicamente hablando” lo relaciono con un concepto sutil de ACT llamado repertorio conductual.
El repertorio conductual, como se ha explorado en otra ocasión (Véase este artículo donde exploro el vínculo entre flexibilidad y repertorio), se trata de una forma de englobar las conductas aprendidas en una lista jerárquica de posibles acciones que puede emitir o elicitar el individuo (Catania, 2013). Esto es, el hecho de que una respuesta ante un evento marque el pronóstico de la apertura de una vida es porque remite directamente a las posibilidades de actuar en el futuro (Véase este artículo donde exploro en detalle el concepto de posibilidad).
Estar dispuesto a experimentar plenamente los eventos que la vida ofrece y discriminar con atención los estímulos verbales que se te presentan pueden ser las condiciones que habiliten posibilidades que antes no estaban presentes como una opción coherente y consistente. En resumen, los valores no sólo son reglas verbales separadas de lo impuesto socialmente, también afectan nuestro espacio de posibilidades, abriéndolo. Se tratan de aperturas que dan paso a la novedad, conductas y resultados que en otro momento de nuestra vida lo dábamos como una ilusión, o llanamente una mentira.
Valores, más no metas
Volviendo al cuento, fíjense la actitud constante que tenía el empresario. De ser posible, vuelvan a leer el cuento si se olvidaron luego de la exposición anterior. Les pregunto ¿Notan la naturaleza de las sugerencias del empresario? ¿Qué tienen en común? Son terminables; cada sugerencia dada consiste en alcanzarlas, tacharlas como logradas y luego pensar en algo nuevo otra vez. Esta es la lista de sugerencias del empresario que le ofrece al pescador:
- Pescar más horas al día.
- Vender pescado extra en el mercado.
- Comprar un bote más grande.
- Contratar ayudantes para pescar.
- Pescar en aguas más profundas.
- Vender pescado a otros pueblos.
- Crear una flota de botes.
- Formar una empresa pesquera.
- Exportar pescado a nivel nacional o internacional.
- Mudarse a la ciudad y abrir una oficina.
- Hacer que la empresa cotice en la bolsa.
- Hacerse millonario.
- Vender la empresa.
- Jubilarse con una fortuna.
- Disfrutar de una vida relajada con familia y amigos.
Cada una de estas sugerencias es una meta, una regla verbal que al momento de hacerla queda por satisfecha. Las metas son específicas, concretas, medibles y alcanzables. No cabe duda que siguiendo poco a poco cada una de estas metas al alcanzarlas se siente cierta satisfacción, se siente bien, pero cumplirlas al rato te deja cierto vacío ¿y luego qué?, diría el pescador. Sin embargo, fíjense ahora la última sugerencia, les pregunto ¿disfrutar una vida relajada con seres queridos es una meta? Considero que no, porque tocar la guitarra con los amigos no hace que se tache de la lista. Esta forma de actuar sigue presente entre las posibilidades de interactuar con nuestra pequeña parte del mundo.
Es más, hasta apostaría que no sería la primera ni última vez que el pescador toca la guitarra con sus amigos, ya que efectivamente se trata de una acción que remite a un valor suyo. Por supuesto, no hay una clarificación textual cual manual de cuál es ese valor, tampoco es necesario. Un recuerdo o imagen que inspire lo que queremos construir en nuestra vida, y que amplíe nuestro horizonte de posibilidades, es un valor clarificado, incluso si no tiene títulos como sinceridad, presencia, simplicidad o gratitud.
Conclusión
El empresario muestra una vida dirigida solo por metas, esto me suena a conducir un auto que uno debe darle cuerda, subirse y al rato bajarse para darle cuerda otra vez. Un poco cansador si me lo preguntan. En cambio, el pescador pareciera desplegar una vida dirigida por valores. Esto puede relacionarse a cuando elegimos no sólo el camino entre tantas opciones, sino también a la vez optar entre múltiples medios (caminar, trotar, andar en monopatín, bicicleta, auto o en avión). U otra opción podría ser imaginarse teniendo una brújula que siempre marca el Norte. Una vez que llegues al polo Norte, el sur se vuelve tu nuevo norte, porque los valores son un rumbo que se renueva en cada paso alcanzado.
No querría una vida como la del empresario, aunque no me malinterpreten, las metas están excelentes. Son puntos específicos en el camino, pero son al final un medio que nos acerca a un fin que irónicamente no tiene fin, porque si dejo mi vida en manos de metas, mi pregunta más frecuente, y casi que única, será ¿Y luego qué?
Referencias
- Böll, Heinrich (1995). Anecdote Concerning the Lowering of Productivity. En The Stories of Heinrich Boll. Leila Vennewitz (trad.). Northwestern University Press.
- Catania, A. C. (2013). Learning, Interim (5th) Edition. Cornwall-on-Hudson, NY: Sloan.
- Hayes, S. C., & Brownstein, A. J. (1986). Mentalism, behavior-behavior relations, and a behavior-analytic view of the purposes of science. The Behavior analyst, 9(2), 175–190. https://doi.org/10.1007/BF03391944
- Hayes, S. C., Barnes-Holmes, D., & Roche, B. (Eds.). (2001). Relational Frame Theory: A Post-Skinnerian account of human language and cognition. New York: Plenum Press.
- Wilson, K. G. & DuFrene, T. (2008). Mindfullness for two. Oakland, CA: New Harbinger.
[1] No hice hasta ahora un artículo exclusivo sobre defusión. De todas formas existen centenares de divulgadores. Pero si de casualidad estás leyendo este artículo y no sabes qué significa este verbo, defusionarse significa reducir el efecto que tiene la conducta verbal sobre otras conductas. En otras palabras, no tomarse como literal (o verdadero) lo que pensamos, incluso nuestros valores.